Día Internacional del Sol
El día 21 de junio de cada año se conmemora el Día Internacional de la Celebración del Solsticio, proclamado por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas el 20 de junio de 2019[1] (a iniciativa de Bolivia).
En tal ocasión se celebra el día más largo del año, es decir, el día en que el sol se encuentra lo más alejado posible el ecuador terrestre, por lo que se da también la noche más corta del año. En otras palabras, es el momento del año en que el hemisferio norte de la tierra está más expuesta a la irradiación solar. Se habla del solsticio boreal.
Esta circunstancia ocurre de la misma manera en el hemisferio sur, el 21 de septiembre de cada año. Y se conoce como solsticio austral.
A este fenómeno se le ha dado el nombre de Solsticio, vocablo que deriva del latín “sol” y “sistere”, que respectivamente aluden al sol y al permanecer quieto. Todos sabemos que la tierra nunca deja de moverse. Empero, es tal la duración de la irradiación solar y su intensidad, que diera la impresión de haberse detenido.
Ya desde tiempos inmemoriales se festejaba en el planeta, por esta época y en día preciso, el solsticio, mediante diversos ritos propios de la enorme diversidad cultural, con el objeto fundamentalmente de agradecer a los Dioses y a la madre naturaleza por la fertilidad de la tierra, por la abundancia de los alimentos y, muy particularmente, por la luz y todos los beneficios y provechos que de ella se derivan. La Resolución de la ONU reconoce: “que muchos pueblos indígenas, pertenecientes a civilizaciones que existen desde tiempos remotos, han demostrado comprender a lo largo de la historia que la simbiosis entre los seres humanos y la naturaleza promueve una relación mutuamente beneficiosa”.
De hecho, la conocida fiesta de San Juan Bautista, que el catolicismo fomenta los días 24 de junio de cada año, sólo se alineó con las anteriores festividades ancestrales de origen pagano, que veneran la luz, precisamente mediante el encendido masivo de hogueras y fogatas, con la idea de contribuir para que el sol no pierda su fuerza, y que se perpetúe la luz divina, frente a la oscuridad que se desvanece.
Por otra parte, insistiendo en la trascendencia de estas ceremonias conmemorativas de la luz, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) inscribió en 2015, en la Lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, a una de tantas festividades presentes a lo largo y ancho del planeta, a título ilustrativo, como lo son las Fiestas del Fuego del Solsticio de Verano en Los Pirineos[2], propias de Andorra, España y Francia, narrando que: “Cuando cae la noche, los habitantes bajan con antorchas encendidas desde las cumbres de las montañas hacia sus pueblos y ciudades, prendiendo fuego a toda una serie de fogatas preparadas a la usanza tradicional… Al día siguiente por la mañana, los vecinos recogen las brasas y cenizas de las fogatas y las llevan a sus hogares y huertos para protegerlos”.
Desde otra perspectiva, es de indicar que, por las mismas razones astronómicas, aunado ello a todos los efectos beneficiosos que para vida en general tiene el Astro Rey, es lo cierto que el 21 de junio de cada año, aunque al parecer sin declaración oficial, al menos en los catálogos de Naciones Unidas accesibles por Internet, también se celebra, a contar de 2015, el Día Internacional del Sol[3].
Efectivamente y ello carece de opinión en contrario, la trascendencia del Sol o, mejor, de la irradiación que de él se desprende, es tal, que simplemente podemos afirmar, sin exagerar, que la vida en el planeta, la humana, pero la de la flora y la fauna igualmente, tal como las conocemos, sencillamente sería imposible.
El Sol es la fuente energética por excelencia, y al ser de origen natural y con ello no contaminante (pues los efectos nocivos de los rayos ultravioleta se deben a la irracional actividad humana ajena a los postulados del desarrollo sostenible), los ambientalistas la han promovido, junto a otras alternativas posibles, como las energías geotérmicas, hidroeléctricas, eólicas, etc., en sustitución de las fuentes fósiles, del carbón, etc.
Pero obviamente, en cuanto concierne a lo espiritual, al simbolismo de las diversas cosmovisiones, creencias y filosofías, sea el Día Internacional de la Celebración del Solsticio, sea el Día Internacional del Sol, o sean ambos, lo palmario es que se trata de la humanidad entera, desde sus variados y diversos acervos culturales, desde sus respectivos patrimonios culturales, tornándose en humilde agradecimiento a la fuente primaria de la luz.
No solamente de la luz y el calor que facilitan y fomentan la vida terráquea en todas sus manifestaciones, sino también, y remarcadamente, a la luz que simboliza la energía universal. La energía del Absoluto Universal.
El Prana hinduísta, el Qi de la medicina tradicional china, …
Esa energía de nuestro interior, esa que encontramos en la meditación que nos lleva a la paz interna, a la serenidad, de la mano de sentirnos en el presente, aquí y ahora, en gratitud y en celebración a la vida. Conscientes de la tierra, del agua, del fuego y del aire, y buscando el contacto con el éter.
Y es por eso por lo que el 21 de junio es también el Día Internacional del Yoga, para lo cual remito a mis apreciados lectores a mi artículo http://websmbook.com/dia-internacional-del-yoga/
El Yoga, ese proceso individual que habría de conducirnos a la iluminación, al Samadhi hinduísta o al Nirvana budista… De modo que, en nuestra consideración, qué mejor manera de celebrar este nutritivo día, siendo practicantes y/o enseñantes de yoga, que dando algunas vueltas de Saludo al Sol o Surya Namaskar, desde el respeto y con la intención en el agradecimiento y el amor compasivo, para consigo mismo y para los demás.
Terminemos, ya que hablamos de luz y evocamos el Yoga, que el saludo yóguico Namasté, quiere decir “La luz que hay en mí reconoce y saluda la luz que hay en ti”. O “la chispa de luz que hay en mí reconoce y respeta la chispa de luz que hay en ti”.
Namasté
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