La primera cola que haces es la de afuera, la mayoría de las veces debajo de un sol implacable y escuchando sin parar – galleticas, sorbetos, galleticas, sorbetos, galleticas, sorbetos – a los diez minutos ya tienes los oídos diabéticos. Lo otro que hay que destacar son las rejas de Coppelia. Esas rejas están hechas especialmente para acabarle la vida a los pobres mortales que vamos a Coppelia. Pudieron hacer un murito lindo o cualquier otra cosa con estética, pero no. En el lugar donde las personas van a pasar horas de pie, lo que hay es una reja que tiene sus afiladas puntas justamente a la altura de los órganos sexuales.
Un mínimo descuido y algo muy sensible queda enganchado. Por suerte muy pocas veces la sangre ha llegado al río y por lo general lo que sucede es que te pinchas el estómago o te rompes el pantalón. Son muchas las prendas de ropa que yo he echado a perder en esas rejas. Tú llegas y juras que no te vas a pegar pero a las dos horas ya hasta te columpiaste en la reja. Y lo buenas que han salido !!! Ni la Muralla China ha tenido que aguantar más peso que esas rejitas. Cualquier otra construcción ya se hubiera caído pero ellas siguen en su lugar fuertes y desafiantes. Listas para acabar con cualquiera.
Pero como nada es eterno, y eso vale hasta para las colas de Coppelia, finalmente llegas en algún momento a la punta. Ariel, hay que ver la cara de los que logran entrar a Coppelia. Es una mezcla de alivio y superioridad que no puede describirse con palabras. Yo los he visto que han hecho hasta el signo de la victoria después de 2 horas en la cola. Total, luego viene la cola de adentro, casi siempre más corta pero igual de extenuante. Todo eso con el estrés y bajo la mirada escrutadora de los dictadores de Coppelia, que son las personas que llegan a la punta de la cola y dicen – dame 10 – que entren 5 – De todos esos los de mayor rango son los de la Torre.
Solo voy a referirme a la expresión déspota y sádica de sus caras cuando llegan y te dicen que suban 10 y se dan cuenta que eres el 11. Casi sin poder contener la alegría te miran y te dicen – tú no mi hermano, tú te quedas para la otra vuelta – Y ahí te quedas tú, como un perro abandonado mientras puedes ver la satisfacción que le provoca poder dejarte ahí desilusionado y paralizado por al menos 15 minutos más. Estoy seguro que en Coppelia para esa plaza hacen un psicométrico y solo son aptos aquellos que tienen instinto de asesino en serie.
Pero bueno, hasta eso pasa y finalmente te toca entrar. Hay que ver que agilidad desarrolla la gente por esa escalera para arriba. La alegría de poder entrar finalmente, les pone los niveles de adrenalina en el cuerpo que si quisieran, la escalera de La Torre no, el Pico Turquino subían en ese momento. Luego viene la fase en que te sientas en la mesa. Que feliz se siente uno cuando se sienta finalmente en la mesa. MMM, yo me siento como alguien que venció a la vida. Sin embargo eso dura poco, pues lo primero que pasa es que te sientan en una mesa con tres personas que en su vida se han visto la cara.
Eso los primeros minutos en un poco incómodo pero como buenos cubanos en 5 minutos ya todo el mundo en la mesa es socio y empiezan hablar del calor, de la cola, de como estará el helado y hasta de la cuarentena. Yo hasta diría que favorece las relaciones interpersonales. Esa gente con las que tuviste que compartir son conocidos para toda la vida. Son casi familia. Después hasta se saludan por la calle. Te digo más. Si son buenas personas hasta los recuerdas con cariño y quisieras que fuera con ellos con los que coincidieras en otra ocasión. Porque eso sí. Podrás tener muy malas experiencias, pero a Coppelia siempre vas a regresar. Es algo así como el tinajón de Camagüey. Una vez que tomas helado en Coppelia, siempre regresas.
Pero bueno ya te sentaste. No se te ocurra apoyar los brazos en la mesa. Esa mesa tiene una costra de dos dedos de alto de helado seco que entre cada grupo de comensales, las dependientes, siempre con el mismo trapo y sin lavarlo ni nada, homogenizan por toda la mesa para que no se vean claros. Después como a los 15 minutos en lo que conversas con la gente de la mesa, cuando menos te lo imagines y sin previo aviso llega una dependiente y sin tan siquiera mirarte te tiran en la mesa 4 vasos de cristal que alguna vez fue transparente y ahora es blanco y opaco, llenos de agua que pobre mortal que ose tomar.
Ariel, mira que he lo he buscado, pero nunca he encontrado un dependiente que tenga peor cara que los dependientes de Coppelia. Esa gente parece que está molesta siempre. Se te paran de lado y sin levantar la mirada te dicen – ensalada de mantecado, caramelo y coco, dos por persona – Compañera pero en la tablilla dice que había chocolate. Sin inmutarse, con la expresión de un témpano de hielo te repite – ensalada de mantecado, caramelo y coco, dos por persona – pero mire, tiene dulce ??? ensalada de mantecado, caramelo y coco, dos por persona. En fin, tráigame 2 de mantecado por favor y que las bolas no estén huecas. Ariel, casi que es preferible que te saquen una muela sin anestesia que soportar la mirada que te dan los dependientes cuando dices esa frase. Pero si crees que por eso no va a venir hueca la bola, entonces te felicito. Aún tienes la ingenuidad de un niño. Pero no solo eso, además te las traerán de caramelo – Mire compañera, yo pedí de mantecado y me las trajeron de caramelo y además están huecas – Una vez más quisieras que la tierra se abriera y te tragara, cuando por solo medio segundo te miró la compañera.
Con gesto impersonal recoge tu helado y se lo lleva. 30 minutos después regresa con el mismo helado de caramelo que se había llevado y con una bola encima de las que anteriormente te había traído. Pero esta vez ya no las pone en la mesa. Ahora casi te las tiran desde la puerta y antes que puedas ni tan siquiera reaccionar ya no está. Ahí mismo y con la más plena certeza de que en tu helado escupió el boleador, la dependienta y el jefe de salón, y además decidido a que no te amarguen el día, llegas a la conclusión que el caramelo después de todo no es tan malo y te tomas el helado como sea.
Después viene la batalla por la cuenta. Cuba es el único lugar donde el cliente tiene que casi rogar por la cuenta. Después de media hora vienen y casi te gritan – son 200 pesos y dámelo exacto que no tengo vuelto – Sacas tu dinero y le das 200 pesos. Ahí es cuando de verás te sientes totalmente reducido a la nada. Polvo eres y al polvo volverás. Cuando esa compañera se da cuenta que con todo el esfuerzo que hizo maltratándote tú no le dejas propina, de milagro no te da una galleta ahí mismo. Y tú, intimidado casi que te disculpas, te paras y huyes del lugar antes de que la compañera pierda la paciencia contigo y te dé con la bandeja del helado en la cabeza. Fíjate en la cara de todos los que bajan de la Torre. Nadie baja contento. Todo el mundo lo hace con cara de asustado.
Por suerte está comprobado que el helado tiene un efecto amnésico y 24 horas después ya se te olvidó todo eso y estás de nuevo con ganas de regresar porque como no hacerlo, pese a todo te reitero que Coppelia es un lugar mágico que está en los genes de los habaneros y hay que visitar como a un viejo amigo. Un abrazo Ariel. Nos vemos la próxima semana, claro, desde la orilla.