De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el vocablo sufrir[1], en sus primera y segunda acepciones, quiere decir: “Sentir físicamente un daño, un dolor, una enfermedad o un castigo” y “Sentir un daño moral”. Es pues, ante todo, un sentimiento o sensación, de origen y/o efecto contraproducente, corporal y/o emocional.

Y en coherencia con ello, el sufrimiento[2] es definido como: “Padecimiento, dolor, pena”.

Estados emocionales tales como el miedo, la tristeza, la depresión, la ira, el desprecio, y algunos otros, no solamente pueden ser el resultado o la manifestación de encontrarse sujeto a un escenario de sufrimiento, sino que ese sufrir puede también derivar de semejantes estados emocionales, tornándose todo, en los casos más graves, en un círculo vicioso del cual puede ser muy difícil salir.

Ahora bien, esas emociones, tildadas generalmente de negativas, encuentran sus causas en circunstancias muy diversas, por ejemplo, de orden moral, como la muerte de un cercano y amado familiar, los padres, los hermanos, los hijos…, un amigo querido o una respetada persona, un antiguo profesor, como el acompañamiento de un ser querido durante una grave enfermedad, una desilusión, frustración o decepción, una ruptura amorosa, y un largo etcétera, dentro del cual no podemos dejar de lado los casos de maltrato y violencia doméstica psicológica, de género, y otros producto de la intolerancia, del irrespeto sistemático del otro, del bullying y demás, sin olvidar la delincuencia.

O de orden digamos físico, como alguna enfermedad, una herida, un accidente, el maltrato y la violencia corporal…, situaciones que agravan lo emocional aunado al dolor corporal.

Y también de carácter otro, como financiero, patrimonial o profesional, la pérdida de una posición laboral, una quiebra mercantil, una inversión fallida, un proyecto fracasado, un negocio perdido, una reprobación académica, y demás.

Sumado a todas las situaciones imaginables susceptibles de traducirse en dolor físico y/o mental, y de allí al sufrimiento.

La verdad es que nadie está exento de la ocurrencia, en cualquier momento de su vida, de asuntos como los mencionados, y tantos otros que llenarían páginas y páginas en su simple mención, asuntos éstos que generan dolor y padecimiento. Y no todos estamos preparados para lidiar con ellos. Es por eso por lo que, hoy en día, existen personas que se dedican a acompañar a los que sufren, por ejemplo, los denominados coach de vida, para quienes requieren definir y lograr sus metas profesionales; coach de fin de vida, para moribundos y familiares; psicólogos, sofrólogos y terapeutas de Reiki, que ayudan a superar los duelos, las rupturas, los cierres de ciclos vitales, el estrés; y muchas otras especialidades. Todo esto, por supuesto, sin olvidar el importante rol que juegan en estos casos los profesores de Yoga y de meditación, y muchas otras técnicas psico-corporales que nos ayudan a centrarnos y mantenernos en la calma, la serenidad y la paz interior.

Pero hablar de ese necesario y útil qué hacer de tantas personas servidoras de sus comunidades, no es el propósito de estas líneas.

El punto que nos ocupa es comparar, de una manera sencilla y que invite a la reflexión, las visiones del cristianismo y del budismo frente a este asunto del sufrimiento.

Y ante todo tengamos claro, que por evidente no debemos de dejar de mencionarlo, que el sufrimiento no es algo que sea idéntico en su sentir para todas las personas. O, dicho de otra manera, no solamente el sufrimiento es una cuestión de niveles de intensidad frente a circunstancias similares, sino que reviste una palpable subjetividad, por cuanto situaciones parecidas, a más de poder generar experiencias de sufrimiento diferentes, podrían implicar sufrimiento para ciertas personas y no para otras.

Entonces, ¿qué nos dice el cristianismo en torno al sufrimiento?

La Biblia y, en general, todos los textos doctrinarios relativos al cristianismo son tremendamente prolijos en cuanto concierne al tema del sufrimiento. Por ello, sin pecar de reduccionismo, sino en un camino de sencillez, nos vamos a concentrar en las conocidas bienaventuranzas, pues ellas, puede decirse que, condensan las ideas centrales sobre el tema.

Así, con ocasión del Sermón de la Montaña, el Evangelio según Mateo relata que Jesús se dirigió a sus discípulos y a la multitud reunida, expresando: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo…”.

Y en su Protoevangelio, Santiago refiere, más nítidamente: “He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren”.

Ahora bien, más allá de las múltiples interpretaciones que, dentro de su respectivo contexto, pueden darse y se han dado a estas palabras, es lo cierto que la curia oficial ha considerado y así lo ha siempre transmitido, que el sufrimiento es el camino hacia la gloria de Dios. El sufrimiento lleva a la redención, a la salvación del alma.

Afirman que Jesús vino a sufrir (fue vejado, torturado, ofendido, vilipendiado y crucificado), para mostrarnos la senda a seguir para alcanzarle en el cielo. ¡Que los buenos cristianos han de sufrir con Cristo! Y se pone de ejemplo a los diversos santos mártires, que vivieron y murieron en medio de atrocidades que implican sufrimiento, pero manteniéndose inconmovibles en sus creencias. Por supuesto que esa santidad, no tiene necesariamente que derivar del sufrimiento experimentado, sino del bien prodigado hacia sus semejantes, pero se pone el acento en el padecimiento, y no en el regocijo mismo de hacer el bien.

Es como si se olvidaran o se tuvieran a menos las otras bienaventuranzas, esas que hablan de los pobres en el espíritu, que son la gente humilde, de humildad[3] como la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, obrando en consecuencia, lejos de conductas egocéntricas y vanidad; de los mansos, que son las personas no violentas, tranquilas, sosegadas; de los misericordiosos, que son aquellos que prodigan el amor compasivo, siendo la misericordia [4]la virtud de compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenas, pero no de forma lastimera, sino con aptitud activa y comprometida en la ayuda; de los limpios de corazón, que son los inocentes y los honestos; y los que trabajan por la paz, los pacifistas, dentro de los cuales tendríamos como ejemplos a Gandhi, a Martin Luther King, a Buda, y tantos otros.

Y hay que decir que todas estas bienaventuranzas no son acumulativas, es decir, que además de estas buenas y sanas cualidades del espíritu haya que sufrir. Además, es obvio que el sufrimiento tampoco bastaría, pues bien puede sufrir una persona maltratadora, deshonesta, malvada, violenta e iracunda frente a los demás, y eso lo demeritaría

Empero, según interpretaciones generalizadas y oficiales, es pues el sufrimiento, en el cristianismo, una necesidad impostergable, incluso una bendición que ha de buscarse y celebrarse, pues solamente de esa manera puede la persona, tras su muerte, asegurar su encuentro infinito y glorioso con el Creador.

De allí que muchos creyentes de estas ideas se han dado a la tarea de martirizarse, auto propiciándose fuertes padecimientos sobre todo físicos, causándose dolor y angustia, lo que se ha dado en llamar, en teología cristiana, la mortificación, como una práctica sacrificante que, a través del padecimiento físico y mental, haría que la persona se aproximase a Dios, puesto que el sufrimiento le alejaría de las “malas inclinaciones”. El verdugo de si mismo. Bien es conocido por la literatura y el cine el método del cilicio[5]: “Faja de cerdas o de cadenillas de hierro con puntas, ceñida al cuerpo junto a la carne, que para mortificación usan algunas personas”.

Así, el fanatismo puede conducir a disparates como ese, en el que mucha gente cree autoflagelándose ganarán la gloria eterna, mientras que carecen del amor compasivo necesario para ser un regalo para los demás. Olvidan quizás que en los evangelios se refiere que Jesús dijo que lo que hagan (o no hagan) a los demás, se lo hacen (o no se lo hacen) a él.

Algunos dicen, haz el bien y no mires a quien.

Entonces, el dolor puede aparecer y de seguro lo hará, pues es inevitable y no queda más que reconocerlo y aceptarlo, una y otra vez. Y cuando acontece, y también de manera constante, hemos de ser humildes, pacíficos, inocentes, honestos y, sobre todo, compasivos, solidarios y fraternos para con los demás.

En consecuencia, el sufrimiento por sí solo no lleva a nada bueno y mucho menos a la salvación del alma ni a una buena vida aquí. Si se me permite una nota jocosa, podríamos decir que si así fuera, los masoquistas tendrían asegurado el cielo (jajaja).

En otro orden de ideas, y en cuanto toca al budismo, es tremendamente trascendente partir de aquella muy conocida, pero quizás no suficientemente comprendida afirmación del Buda Gautama, al expresar, simplemente, que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.

Efectivamente, como ya lo hemos destacado por ser una realidad derivada de la experiencia de todos, y no una concepción filosófica, el dolor es inevitable. Desde niños nos hemos caído y raspado las rodillas, nos hemos cortado o quemado un dedo, y así hasta llegar a los padecimientos físicos y mentales antes evocados. Es así imposible vivir sin estar sujetos permanentemente a la posibilidad de sentir dolor.

Pero en el budismo el principio de impermanencia nos enseña que todo pasa, que del modo en que un dolor aparece, también se desvanece, al igual que la fortuna viene y se va. En una sucesión constante de eventos dolorosos y gratos o alegres.

Por otro lado, cuando Buda se cuestionó acerca del origen del sufrimiento, y aquí debemos advertir esa clara diferencia que en el budismo se hace entre el dolor y el sufrimiento, la respuesta la encontró en el apego.

Y aquí se nos abren dos vertientes. Por una parte, se puede sentir dolor, sin que ello conlleve sufrimiento.

Y por la otra parte, si estoy consciente de que el dolor puede sobrevenir, y por tanto estoy preparado para su eventual ocurrencia, de darse, no tendría caso sufrir. Sufriría solamente en el supuesto en que esté apegado a la falsa idea de que no iba a pasar.

El sufrimiento, desde esta perspectiva, no viene dado por la pérdida de algo que teníamos (salud, integridad física, un negocio, una posición, un ser querido…), o por la no obtención de algo que anhelábamos (ganancias, utilidades, una respuesta favorable…), pues ello lo que genera es dolor, un sentir que hemos dicho que es inevitable por los imponderables de la vida.

El sufrimiento no es un hecho, sino una actitud ante la vida. El dolor acontece y me es dado sufrir por ello o no. Todo depende de lo apegado o no que esté frente a la persona o situación involucradas en la sensación de dolor. El sufrimiento es un comportamiento actitudinal negativo que paraliza y hunde en la negatividad.

Si tengo un ser querido, para concentrarnos en este ejemplo, muy cercano, como los padres, se y entiendo intelectualmente que un día van a morir, y se también que ese hecho me va a causar dolor. La aceptación de ese suceso una vez acontecido, sin que ello disminuya en lo más mínimo mi dolor, implicaría, frente a la consciencia de un hecho inevitable, evitar el sufrimiento. Mi desapego no es con relación al amor que les profese, sino a la egocéntrica idea de contar con su presencia infinita en esta vida (“que nada nos puede quitar ni dar que no queramos, por ser algo así como el ombligo del universo”).

Recordemos una vez más que el dolor es un sentir imposible de evitar. Mientras que el sufrimiento es una actitud negativa de vida, paralizante, angustiante, destructiva.

En definitiva, más allá de los aspectos vinculados a lecturas e interpretaciones fanáticas, es lo cierto que termina uno concluyendo en los puntos de encuentro de estas filosofías y otras, que, en definitiva, y desde las esencias, trátese de las bienaventuranzas o de los mandamientos del cristianismo, o del Dharma o del óctuple noble sendero del budismo, percatándonos así de que vinimos para ser puros de espíritu, para ser honestos, humildes, serviciales, compasivos, pacíficos los unos con los otros. Para estar atentos a actuar de la forma justa y debida en un cuadro de hermandad universal. No vinimos a sufrir, aunque podamos sentir dolor.

Sólo siendo así, unos emprenderán el camino infinito para reunirse con su Creador en la gloria celestial, y otros asumirán la senda que les permitirá superar la rueda indefinida del Karma y arribar al Nirvana.

Y de esa forma, en todo caso, sin duda la humanidad sería más feliz en esta vida, en fraternidad, con dolor que va y viene y sin sufrimiento.

¿Qué opinas querido lector?

 

Alberto Blanco-Uribe

11 Comentarios

  1. Gustavo Nlanco-Uribe Avilán

    Me sorprendió gratamente tus pensamientos filosóficos sobre el dolor y el sufrimiento, desde las perspectivas cristiana y budistas. Enhorabuena querido primo, haz fundido el cielo con nirvana.
    Gustavo Blanco-Uribe Avilán.

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    • alberto

      Gracias primo. Todo es producto de largas horas de reflexiones, fuera de los bordes que han querido imponernos.

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  2. *Mariela

    Querido primo, tiempo sin leerte. Que grato y nutritivo es siempre hacerlo. En este tema, mi experiencia me invita a sentir que la idea de sufrimiento planteada en las Bienaventuranzas ha sido erróneamente comprendida por algunos. Es cierto que a través del sufrimiento puedes llegar a Dios, pero no de la forma mortificante o impulsiva que bien recreas en tu escrito. Cuando el sufrimiento es una invitación a mirar hacia adentro puedes cambiar tu mirada sobre eso que te causa sufrimiento. Al conectar con la Divinidad surge el entendimiento del lugar que cada uno ocupa en esta creación. En ese momento, comprendes que el sufrimiento es opcional. Pero siento que para muchos, no es hasta que hayas caminado por su senda que logras esta comprensión. Llegará un momento, eso vislumbro, un estado de consciencia, donde el humano reciba sus aprendizajes a través del amor y los llamados nobles sentimientos y no necesitará del dolor para encontrar el camino de regreso. Hasta tanto, siento que seguirá siendo un camino en el sentido que le he dado. Esto es lo que para mi expresa Jesús en sus Bienaventuranzas, o por lo menos, lo que nos cuentan que expresó.

    Gracias por tus maravillosos escritos que son una invitación siempre amorosa a reflexionar. Un abrazo

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    • alberto

      Gracias querida prima, es para mi un honor que me leas y un regalo que me obsequies con tu comentario. Realmente es como expresas, y mucho hay que andar para llegar allí, pero en un andar intuitivo y de auto observación, que te permita arribar a ese estado de consciencia, de amor compasivo, que es ya el cielo, el nirvana, la luz…
      Un abrazo

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  3. Adela

    Querido amigo, me llenó mucho esa reflexión que hace, sobretodo en cuanto al dolor y sufrimiento que se padece con la pérdida de un ser querido, es bastante reflexivo, ya que es parte de la costumbre del ser humano para con sus seres queridos, por ejemplo cuando existe el divorcio y se está enamorado. Yo por ejemplo perdí o nos alejamos mutuamente a un gran jefe y amigo, nos causó dolor y sufrimiento, cómo evita uno eso. Un gran abrazo, excelente reflexión.

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    • alberto

      Querida amiga, gracias por este comentario y pregunta. Lo que puedo decir, habiendo también perdido de una o otra forma a diversas personas, entre familiares, amigos y colaboradores, por fallecimiento, diferencias, migraciones, etc., es que el dolor no lo podemos evitar, y es producto del amor, pero el sufrimiento si que lo podemos alejar, por la falta de apego, la aceptación de que no hay otra opción, la salud mental, el contentamiento por el bienestar del otro, y tantas otras razones que vienen de la compasión. Un abrazo

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  4. Sofía de Gamboa

    Excelente como siempre. Gracias por estos artículos que siempre nos hacen reflexionar sobre temas tan importantes. Un gran abrazo

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    • alberto

      Gracias Sofia, el mejor estímulo para un escritor es saberse leído y apreciado en sus letras. Yo te agradezco tu fidelidad como lectora. Un fuerte abrazo

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    • alberto

      Gracias Sofia. La mejor motivación para un escritor y saberse leído y apreciado en sus letras. Gratitud y bendiciones

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  5. Carmen Fernandez

    Querido Profesor: leer tus artículos para mi, es una enseñanza de vida. Esta etapa que vivo, ahora la comprendo más y créeme que ha sido útil para mi. Obviamente el desapego cuesta aceptarlo, pero también es parte de la vida. Y sencillamente así como lo has expuesto, comprendo el sentir (dolor) y la manera de ver las situaciones (sufrimiento); que en fin y al cabo, sólo son parte del ego, lo que nos lleva bien sea a la gratitud, confoconformidad y hasta resiliencia, o nos puede sumergir en la negatividad y depresión. Gracias por tu sencillez magistral.

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    • alberto

      Gracias Carmen, por haber leído mis líneas y tomarte el tiempo de compartir tu parecer. Realmente ha entendido en lo intelectual de lo que se trata, y ahora toca la verdadera tarea, difícil pero gratificante, de integrar emocional y espiritualmente esas valiosas enseñanzas. A tu disposición. Namasté

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