Mi yo circunstancial

Uno de los mayores filósofos de habla hispana, durante la primera mitad del Siglo XX, fue sin duda el español José Ortega y Gasset, de prolija obra.

Uno de sus más grandes aportes al pensamiento humano viene dado por el perspectivismo, idea según la cual la verdad y la realidad no presentan una similar identidad o esencia en sí, sino que resultan de naturaleza fragmentaria. Así, el sentido filosófico de la existencia vendría dado por el desentrañamiento del todo, espacio en el que indefectiblemente aparecería la única, verdadera y real entidad.

En efecto el tema y su forma de considerarlo no son para nada sencillos, aunque de suyo muy interesantes, y empíricamente verificables. Evoquemos el ejemplo según el cual dos personas se encuentran a la mesa, una frente a la otra; en medio, a equivalente distancia está una taza.

Una de las personas sostiene que la taza es blanca y la otra que tiene un dibujo, porque eso es lo que cada una percibe, desde su perspectiva. Ambas podrían pensar que la otra está equivocada, pero sus dos realidades -opuestas- son paradójicamente correctas. Las dos tienen razón y las dos están equivocadas. ¿Entonces, la verdad existe o no?

Bastaría que cambiaran de posición y adoptasen otra perspectiva, para adquirir una mejor aproximación a la realidad. Pero ello no es fácil la más de las veces. Además, podría haber otras perspectivas y otros visualizadores que seguirían hablando del mismo objeto, pero con descripciones diversas.

Otro conocido ejemplo simple vendría dado por aquellas dos personas en medio de las cuales hay un diseño gráfico que para la una es un 6 y para la otra un 9.

Pues bien, “el todo es relativo” de Einstein, encuentra aquí explicación en el citado perspectivismo[1] y subsiguiente fragmentación de la realidad.

Esto nos hace recordar aquella canción “Según el color”[2], en la que Willie Colón y Rubén Blades corean: “Todo es según el color, del cristal con que se mira”, en la que se populariza el sentir del poeta español Ramón de Campoamor y Campoosorio, quien escribió:

Y es que en el mundo traidor /

nada hay verdad ni mentira /

todo es según el color /

del cristal con que se mira”.

Ahora bien, es precisamente desde esta aproximación perspectivista, en la cual todo aparece circunstancial, que el genial Ortega y Gasset, en su libro de 1914 “Meditaciones del Quijote”[3], acuñó su famosísima frase “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.

En tal sentido, pareciera que no habría un yo absoluto, un yo que sería el mismo en todas partes y en todas las épocas, toda vez que el yo, el ser de la entidad humana vendría ineluctablemente determinado por sus particulares circunstancias.

Vale decir por el entorno del ser. La etimología de la palabra circunstancia viene del latín “circumstantia”, que se compone de dos ideas centrales hilvanadas que son “circum”, que alude al entorno, a lo que rodea y, por extensión, a lo que es capaz de actuar como un determinante del ente; y “stare”, que es el estar. De modo que al combinar estos extremos asistimos a todos aquellos elementos de variada índole (espacial, temporal, etc.), que están, que no se pueden obviar, y abrazan a la persona, e influyen de forma contundente al ser.

Es desde semejante modo de ver, que se asume que el yo, la entidad personal, no podría concebirse por sí sola, aislada de las consideraciones del entorno en el que se encuentra, incluso genético, ancestral, geográfico, histórico, educativo, cultural, religioso y afectivo (etc.), puesto que, si se pudiese extraer al yo de sus condiciones y coyunturas precisas, y se le insertase en un medio diferente, seguramente nos encontraríamos con alguien distinto.

En otras palabras, el yo (no el ego, sino el yo verdadero y esencial) formaría parte o integraría aquel todo inextricable cuyo desentrañamiento constituiría la labor de la filosofía según Ortega y Gasset, mientras que lo que nos permite identificar o individualizar a una persona y a otra, serían sus manifestaciones exteriores concretas, determinadas ellas plenamente por sus respectivas circunstancias.

Ahora bien, es evidente que siempre es posible que una persona, individualmente o como componente de una comunidad, experimente cambios derivados de procesos conscientes o no, voluntarios o impuestos, de aculturación[4] o de transculturación[5], que hagan pensar a quienes la conocieron antes y la observan después, que ya no es la misma persona. Pero en realidad lo que ha cambiado no es su yo, sino sus circunstancias.

De hecho, una persona, en ejercicio de su derecho al libre desenvolvimiento de su personalidad y de libertad de expresión y de definir su propia imagen, puede perfectamente en cualquier momento asumir como propia una identidad cultural originariamente diferente, dada la enorme diversidad cultural existente.

Empero, la personalidad no debe confundirse con el yo. Más bien la personalidad es algo que se forja a través de las circunstancias, y no es un ingrediente del yo. Recordemos que la palabra personalidad deriva del vocablo “personam”, que se atribuía a la máscara usada por los actores en las obras teatrales. Y es por ello por lo que la Nueva Psicología Espiritual, desarrollada por Selim Aïssel (Escuela del Samadeva), a partir de la Psico-Antropología, destaca la total diferenciación entre la personalidad, que puede tener obviamente caracteres negativos o positivos que modelan al ser finito, y el yo verdadero, o esencia espiritual, trascendente.

En este orden de ideas, es claro que al intitular el presente artículo como “Mi yo circunstancial”, se pretende dejar ver que existe también entonces otro yo, “Mi verdadero yo”, “Mi esencia espiritual”. Vale decir, quien soy más allá de, y abstracción hecha de, cualesquiera sean o puedan ser mis circunstancias, en todo tiempo y lugar. De modo que sí existe un yo absoluto, ese que puede percatarse de ello y liberarse de esas circunstancias para simplemente ser.

Y ese yo verdadero y absoluto, capaz de liberarse de la prisión de las emociones, de las sensaciones y de los pensamientos, gracias al desapego y a la observación sin juzgar, sabe que se encuentra a sí mismo a través de la práctica frecuente de la meditación, y se reconoce fecundo en la paz interior, en la serenidad y en la felicidad que se esconden a su disposición infinita en su esencia interna.

Claro que debemos “salvar nuestras circunstancias”, observando, reconociendo y aceptando sin juzgar lo que nos caracteriza en nuestra personalidad, siempre en contacto con nuestra esencia, de modo de cambiar conscientemente en dirección de aquello que nos brinde esa paz interior, esa ligereza de espíritu, para poder “salvar nuestro yo”, pues solamente el desarrollo y el florecimiento de nuestras características personales positivas, y la superación de las negativas, nos aseguran la integridad plena y trascendente de nuestra esencia espiritual, de nuestro yo verdadero. El Yoga de la Acción o Karma Yoga nos muestra un buen sendero, con aquello de obrar lo justo y lo debido, sin apego a los resultados.

La meditación y la acción correcta, más allá, pero con proactiva observación, reconocimiento, aceptación y flexible respeto de nuestras circunstancias, nos permitirán volvernos el vidente al que aludimos en nuestro artículo “So Ham[6], redescubriendo que “yo soy eso”, el verdadero significado de nuestra consciencia. Soy el todo inextricable (cada uno de nosotros lo es, y con ello somos uno -el uno-).

Gratitud!

Alberto Blanco-Uribe

2 Comentarios

  1. MarielA

    Como siempre, un deleite leerte primo admirado.

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    • Alberto

      Gracias querida prima Mariela

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