No hagas suposiciones

Suponer o hacer suposiciones, por si solo, no conlleva algo negativo. En ese orden de ideas, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos trae, entre otras, las siguientes acepciones del término[1]: “Considerar como cierto o real algo a partir de los indicios que se tienen”, “Considerar como cierto o real algo que no lo es o no tiene que serlo” y “Considerar, a partir de los indicios que se tienen, que alguien o algo es de una determinada manera, o esta en el estado o situación que se expresa”.

“Considerar” no es descubrir ni precisar la verdad sobre alguien o algo. “Considerar” es cercano a estimar o creer; no es mas que una aproximación, y, por cierto, plena de subjetividad. En eso consiste “suponer”. Desde esta perspectiva, dentro de sus sinónimos posibles, nos encontramos con[2]: conjeturar, sospechar, creer, figurarse, imaginar, pensar, considerar, contribuir, idear, deducir, especular, implicar, presumir, teorizar, etc.

Si vemos a alguien con un paraguas, es probable que supongamos que estaba lloviendo, o que llovería, o que lo acababa de comprar, o que se lo devolverá a un amigo que se lo había prestado y así sucesivamente, hasta el infinito, y quizás la verdad es que se lo había conseguido en la calle. El problema es cuando, sin comprobación de los hechos, bajo ideas o sospechas, tomamos decisiones o actuamos de modo en el que injustamente podemos causar mal a los demás o a nosotros mismos.

Hay pues una manera positiva y otra negativa de suponer, y es de esta segunda manera que no debemos hacerlo.

En efecto, usado de la manera correcta o positiva, suponer nos resulta un medio de acercamiento al descubrimiento de lo desconocido, de la verdad, como cuando los científicos plantean hipótesis, suponiendo posibilidades, frente a determinadas circunstancias, pero en el claro entendido de que lo que consideran son solo eso, simples posibilidades, sujetas a comprobación. Es decir, que no toman como reales, ni deciden en función de meras suposiciones o hipótesis.

Empero, cuando suponemos de la forma equivocada o negativa, nos planteamos una posibilidad acerca de algo, y creemos su veracidad, comúnmente basados en nuestro ego que nos hace vernos o sentirnos como infalibles en nuestras estimaciones o consideraciones. Sencillamente tomamos como cierto, de manera indubitable, lo que creemos acerca de alguien o de algo, y lo peor es que, sin cuestionamiento posible ni comprobación alguna, actuamos y decidimos en consecuencia.

Ese egocentrismo que suele caracterizarnos, derivado del miedo profundo e inconsciente a los demás, nos lleva a hundirnos en nosotros mismos, pero no en nuestro interior, no en la sede de nuestro ser esencial, sino en una de esas “capas de cebolla” que nos envuelve, como la coraza del “Caballero de la Armadura Oxidada”[3]. En esa capa que nos dice “tu tienes la razón”, “tu no te equivocas”, “tu eres el detentador de la verdad verdadera”, y que sin humildad irreflexivamente atendemos.

Al respecto, el sabio Miguel Ruíz en su conocido y magnífico libro “Los Cuatro Acuerdos. Un Libro de la Sabiduría Tolteca” [4], guardiana del conocimiento de Quetzacoatl, la serpiente emplumada, nos habla del tercer acuerdo tolteca: “No hagas suposiciones”: “Tendemos a hacer suposiciones sobre todo. El problema es que, al hacerlo, creemos que lo que suponemos es cierto. Juraríamos que es real. Hacemos suposiciones sobre lo que los demás hacen o piensan -nos lo tomamos personalmente[5] – y después, los culpamos y reaccionamos enviando veneno emocional con nuestras palabras[6]. Este es el motivo por el cual siempre que hacemos suposiciones, nos buscamos problemas. Hacemos una suposición, comprendemos las cosas mal, nos lo tomamos personalmente y acabamos haciendo un gran drama de nada”.

Buenos ejemplos sobre este perjudicial hábito, nos trae el maestro: “suponemos que nuestra pareja sabe lo que pensamos y que no es necesario que le digamos lo que queremos. Suponemos que hará lo que queremos porque nos conoce muy bien. Si no hace lo que creemos que debería hacer, nos sentimos realmente heridos y decimos: «Deberías haberlo sabido»”; o, “Si los demás nos dicen algo, hacemos suposiciones, y si no nos dicen nada, también las hacemos para satisfacer nuestra necesidad de saber y reemplazar la necesidad de comunicarnos”; o peor aún, “Suponemos que todo el mundo ve (o debería ver) la vida del mismo modo que nosotros[7]”o incluso, “También hacemos suposiciones sobre nosotros mismos”.

En todo este embrollo de hacer suposiciones, obviamente de la manera negativa, podemos observar, en el meollo de las cosas, un grave e inconsciente problema de comunicación.

En una sociedad basada efectivamente en la fraternidad y la solidaridad, en el nosotros y no en el yo[8], en la intención permanente de ser un regalo para los demás[9] y, en consecuencia, en virtud de la ley de la atracción, también para nosotros mismos, es vital la comunicación. La comunicación verdadera, honesta, bienintencionada y sincera.

Alguien podría pensar que lamentablemente la sociedad no es así. Algo como que primero la sociedad debería ser de ese modo, para que podamos comunicarnos. ¿Pero acaso, no sería más bien el efecto contrario? Es decir, frente a la constatación de que la sociedad es competitiva, egoísta y tramposa, ¿no debería ser buscando la comunicación real que ayudaríamos a construir esa sociedad solidaria? ¿No es acaso ese nuestro reto? ¿No es acaso ese el compromiso que tenemos con nuestros hijos, nietos y los que vendrán, de dejarles un mundo mejor al que nos encontramos?

Claro que es más fácil dejar perpetuar esta locura colectiva. Pero acaso, ¿no es en lo difícil, en lo que cuesta, que se encuentra el valor de las cosas?

Los profesores de yoga hemos de cumplir un rol esencial en este proceso de búsqueda y reimplantación de una bella sociedad. No solamente en cuanto a lo que concierne a la vivencia personal y a la enseñanza de los valores insertos en los códigos de conducta de Yamas y Niyamas, derivados de los Yoga Sutras de Patanjali, y donde destaca la no violencia, para consigo mismo y para con los demás, sino, en este caso particular, por lo que se refiere a facilitar una verdadera comunicación.

En ese sentido, nos corresponde al momento de preparar y guiar una práctica de yoga, inspirarnos en una intención fundada en los valores eternos de la verdad, la bondad y la belleza.

Y muy especialmente, desde la perspectiva energética, generar posturas y secuencias que estimulen el quinto chakra, el Vishuddha Chakra o chakra de la garganta, que es el centro energético de la capacidad y fluidez en la expresión y en la comunicación. Vishuddha significa en sánscrito “purificación”, y conlleva a liberar al ser esencial del ego, facilitando el intercambio de informaciones y el establecimiento de todo tipo de sana relación interpersonal.

Cuando este chakra no funciona adecuadamente surgen diversos malestares, como ansiedad, inseguridad, deficiencia en la escucha de los demás y de sí mismo, dificultad para exteriorizar los sentimientos y las emociones, dolor de garganta, etc.

Y mucho mejor aún si el trabajo se asocia a la estimulación en conjunto del cuarto chakra, el Anahata Chakra o chakra del corazón, centro energético del amor compasivo, la ternura y el perdón, que nos invita a realmente conocer las circunstancias del otro y así, sin juzgar, respetar, aceptar y comprender sus acciones.

Querido lector, para tu tranquilidad y felicidad no hagas suposiciones. Plantéate sí, hipótesis, considera las posibilidades en el entendido de que son sólo eso, y busca la comunicación sincera para tomar tus decisiones sobre el entendimiento de las verdaderas circunstancias del pensar, del obrar y del sentir de los demás (y de ti mismo).

Alberto Blanco-Uribe

5 Comentarios

  1. Ana

    Muy cierto, muchos conflictos podrían ser evitados si las personas comunicaran más y dejaran de suponer lo que los demás piensan.

    Responder
    • Alberto

      Asi es Ana, es una de las claves para una vida en paz con todos. Gracias

      Responder
  2. Ana

    Muy cierto, muchos conflictos podrían ser evitados si las personas comunicaran más y dejaran de suponer lo que los demás piensan.

    Responder
  3. Francesc Llauradó

    El suponer es parte de la naturaleza humana y es el que nos diferencia de los otros mamíferos. Esa suposición es lo que nos hace ver el futuro y prepáranos para él. Lo negativo es que la suposición que tenemos se transforme en verdad sin serlo, que pierda su condición de suposición.
    Muy buen artículo.

    Responder
    • Alberto

      Has interpretado correctamente el punto. No pretender que lo supuesto es lo verdadero. Gracias. Un abrazo

      Responder

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *