Uno de los momentos más trascendentales que jamás había vivido el género humano, a mi modo de ver, aconteció el 10 de diciembre de 1948, fecha en la cual la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, tras la segunda y más atroz confrontación bélica de escala global, adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos[1], con representación de “las cuatro esquinas” del mundo.

En ese documento se recogen los derechos humanos esenciales de la persona, de toda persona, sin distingos de ninguna índole, y en crucial respeto y revalorización de la identidad y de la diversidad culturales, dando a luz la idea de humanidad. Comienza de ese modo, mediando la consideración y protección de todo ser humano aisladamente entendido y de las comunidades de pertenencia, a observarse y enaltecerse ese concepto omnicomprensivo de humanidad.

 Es verdad que ya antes, siglos antes, filósofos y poetas habían evocado semejante entidad, pero a partir de aquella fecha un proyecto se vuelve realidad (invitándonos a su construcción en nuestra cotidianeidad), y bajo la romántica expresión de “familia humana”, surge “humanitas” como sujeto de ponderación cultural y tutela jurídica, sin el cual no es concebible la paz universal ni la calidad de vida en constante mejoría de cada persona, bajo parámetros de fraternidad.

Pues bien, es de destacar que para que haya conjunto han de ser reconocidos sus componentes individuales en cuanto a lo que les es común, y ese denominador común viene dado por la dignidad intrínseca de cada ser humano, como lo resalta ese documento, indicando que: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Y he allí la clave para la paz universal: aceptar nuestra propia dignidad y la de todos los demás seres humanos, y obrar fraternalmente, los unos con los otros.

La dignidad conlleva a la necesidad imperiosa de que cada uno reconozca la importancia propia y ajena, y brinde consideración, ofreciendo revalorización y respeto a los demás. Y el obrar fraternal supone que se actúe solidariamente, que se esté dispuesto a servir gustosamente a quien lo requiera.

Por supuesto que estos conceptos no son nuevos, ni encuentran su origen el 10 de diciembre de 1948, y por tanto los podemos encontrar palabras mas y palabras menos, a lo largo de la historia, incluso milenaria, en diversas religiones y filosofías. Lo que es trascendental en esa fecha y décadas siguientes es el haberse aglutinado la representación de todas esas religiones y filosofías, para dar un contenido expresivo uniforme a esos ideales, avalados por todas las naciones y pueblos del planeta.

Así, si echamos un vistazo de sobrevuelo sobre algunos saludos o dichos de las tres grandes religiones monoteístas, podemos encontrar estas ideas presentes. Claro que sin olvidar que fuera de las palabras, lastimosamente, esas religiones, o sus autoridades, durante la historia, han favorecido la intolerancia y la agresión en contra de los tenidos como “infieles”. No obstante, y sea que algunos sólo deseen usas esas expresiones o saludos entre ellos mismos, y otros lo hagan ecuménicamente en provecho de todos, nos encontramos con lo siguiente:

En el Islam el saludo es muy importante y existen muchas fórmulas al respecto. Simplificando, nos encontramos con la expresión “as-salaam alaikum” que significa “la paz sea contigo”, u otra más completa “as-salamu aláikum wa rahmatul-lah wa barakátuh”, que quiere decir «Dios te dé protección, seguridad, misericordia y Su bendición«[2].

En el Judaismo se usa para el saludo la expresión “Shalom”, palabra que quiere decir paz y bienestar. Así, si se dice “Shalom aleichem”, se trasmite “la paz sea con vosotros”. El saludo no es únicamente un modal de cortesía, es un deseo, un rezo por el bienestar del semejante[3].

En el Cristianismo bíblico es recurrente el uso para saludo de la expresión “la paz de Dios (del Señor) sea contigo” o “la paz sea contigo[4], que se sigue usando con ocasión de las misas. Sin embargo, decimos en el cristianismo bíblico y no en general, por cuanto viviendo en sociedades como las europeas y las norte y latinoamericanas, tierras en donde por diversas razones históricas esta religión se hizo mayoritaria, puede uno percatarse del acentuado desuso de tal expresión, como de todo otro vocablo o práctica relacionados con lo religioso, evocando entonces una suerte de fuga hacia el agnosticismo o el ateísmo. Es una lástima que se confunda el derecho de profesar o de no profesar credos religiosos, con el deber ético y jurídico de respetar, considerar y revalorizar al otro y de actuar para servirle.

Si nos limitamos al idioma español, nos encontramos con las más usada de las expresiones de saludo, que es “hola”, que para algunos simplemente deriva del inglés “hello”, mientras que para otros proviene del griego y del latín “salve” con el significado “estoy sano[5]. En todo caso, ese hola suele ir acompañado de un “¿cómo estás?”, que, aunque hoy en día sea en mucho un costumbrismo que no espera una respuesta de verdadero acercamiento, más allá de un igualmente automático “bien y tú?”, se inspira en la idea originaria de evocar respeto y consideración por el otro.

Igualmente, suelen emplearse también las expresiones “buenos días”, “buenas tardes” y “buenas noches”, que junto a las de la hora de comer como “buen apetito” y “buen provecho”, aluden a la idea de augurar o desear el bienestar del otro.

Por su parte, el vocablo empleado para el saludo de despedida “adiós”, que es muy corriente, viene de “a Dios”, que quiere decir “ve con Dios”, “Dios te guarde”, o “yo te encomiendo a Dios”, “a Dios encomiendo tu alma[6]. Y también se usa “hasta luego”, que clama por el reencuentro.

No obstante, en una suerte de despersonalización, entendiendo por ello un vano esfuerzo inconsciente por eliminar toda muestra emotiva o afectuosa, o manifestación religiosa o servicial, se ha generalizado por el mundo de habla hispana el uso de la palabra “chau” o “chao”, en sustitución del adiós y del hasta luego, para despedirse, palabra esa que obviamente proviene del italiano “ciao”. Y afirmamos que ese esfuerzo es vano, puesto que tragicómicamente ese ciao italiano viene a su vez del veneciano “s-ciavo”, que significa “soy tu esclavo[7]. Es decir, tu fraternal servidor.

Como pudimos observar de ese pequeño sobrevuelo sobre el monoteísmo, en las tres religiones, así como en las prácticas sociales cotidianas en las relaciones humanas, al saludarse y al despedirse, de una u otra forma, incluso consciente y voluntaria, o inconsciente y hasta ignorada, se encuentran esas ideas esenciales de dignidad de la persona que clama por su respeto y revalorización, y de fraternidad en la acción dentro de la comunidad.

Desde la misma perspectiva, abriendo una mínima ventana hacia el Hinduismo (tanto en cuanto al Sankhya, filosofía atea, como al Vedanta y su a-dualidad), y el mundo del Yoga, nos tropezamos afortunadamente con estos valores que son de la humanidad, tal como podemos apreciarlo en el Yoga de los ocho pasos o Asthanga Yoga, según los Yoga Sutras de Patanjali, en donde la dignidad de la persona, y el consiguiente deber de cada uno de respetar al otro, emerge de las pautas conductuales de Yamas, entre otras: Ahinsa, la no violencia, no dañar a otros seres vivos ni a nosotros; Satya, ser verdadero, sincero, auténtico; y Asteya, no robar, no ser avaro, ni apropiarse de lo ajeno, sean ideas, pensamientos, objetos, tiempo.

E igualmente en el Raja Yoga, y dentro de él particularmente en el Karma Yoga, en donde la noción de Dharma implica el deber de ser servicial para con los demás, cumpliendo con la acción justa y debida, en provecho del otro, fraternalmente, y sin apego a los resultados.

Y si vamos al punto del saludo, que cosa más hermosa que la expresión Namasté, omnicomprensiva de las ideas de dignidad, de igualdad y de fraternidad y por tanto de humanidad, cuyo significado maravilloso es “te reverencio a ti”, “me inclino ante ti[8] o “la chispa divina que hay en mí reconoce la chispa divina que hay en ti[9], dicho esto con una leve inclinación de la cabeza y con las palmas de las manos abiertas y juntas frente al corazón, es decir en Anjali Mudra o Atmanjali Mudra, en el Anahata Chakra, o chakra del corazón, asiento del amor y de la compasión.

Ahora bien, entrando en la síntesis de lo dicho, estimo que la historia de las corrientes del pensamiento, sobre estos temas, a pesar de que salvo muy honrosas excepciones la práctica evidencie lo lejos que hemos estado de su realización efectiva, ha girado sobre la idea de enaltecer y practicar el respeto y el servicio por el otro. Y esto desde el mínimo contacto entre una persona y otra, que son los momentos de saludarse y despedirse, trátese del cruzarse en el camino por parte de desconocidos, o de trato regular con vecinos, conocidos, colegas, amigos y familiares.

 En este orden de ideas, para terminar, deseo hacer mis votos por el rescate de una bella usanza que lastimosamente ha venido perdiéndose, progresivamente y explicable quizás por el desconocimiento de la juventud (y no sólo de ella), acerca de su real significación.

Me refiero al uso de la bendición al saludarse y despedirse, es decir, de ofrecerse o augurarse bendiciones. Cuando yo era pequeño era habitual que los hijos saludasen a sus padres, abuelos, tíos, con la expresión “bendición …mamá, papá, …”, y que el otro respondiese “Que Dios te bendiga” o “Dios te bendiga”. Incluso de adulto conservé esa tradición y aún la prosigo con mis tíos en vida. Con mis hijos obviamente quise perpetuarla, pero de los cuatro sólo una lo hace siempre, otra de vez en cuando, y los dos pequeños desde la adolescencia dejaron de hacerlo.

He podido observar que esa pérdida generalizada viene asociada al hecho de que la juventud, en mucho justificadamente desilusionada de las religiones, buscan alejarse de toda práctica que pudiese vincularse a un Dios en el cual ya no creen, por lo que muchos sienten que descubren una suerte de libertad y autorrealización en el agnosticismo o el ateísmo. Eso lo respeto.

 

Pero donde está el error es en olvidar el sentido primigenio de estas expresiones, a más de confundir religión y espiritualidad. Es decir, pedir la bendición o darlas no es un coto reservado a las religiones, ni es necesariamente algo que solamente tenga que ver con Dios. Incluso la respuesta puede ser simplemente “te bendigo”, “bendito seas” o “bendiciones para ti”, etc.

Pues el punto no está en si se es creyente o no, sino en la intención de prodigarse bienestar, usando la fuerza poderosa reconocida de las palabras[10], con ese objetivo. Evocamos ahora la ley de la atracción[11]

Así, no olvidemos o, mejor, recordemos que la palabra bendición por si sola significa “decir bien”, “Cuando bendices algo, estás dándole la orden al universo para que lo engrandezca, estás diciendo que valoras a esa persona –o situación– y que quieres que sea mejor[12].

¿No es acaso hermoso (y efectivo) entonces, que en medio de una sonrisa todos nos pidamos y nos ofrezcamos bendiciones? De hecho, pareciera que se esta de acuerdo con esto, a juzgar de las publicaciones en las redes sociales que dicen “bendecido día para ti”, “carrusel de bendiciones” y un sinfín, con toda suerte de imágenes que evocan bienestar. Quizá habría menos depresiones y angustias

Que el universo te bendiga apreciado lector o que la vida te colme de bendiciones.

Alberto Blanco-Uribe