Dos relatos breves, axiológicamente conectados, llaman nuestra atención.

El primero, y debemos decir que no existe orden cronológico en esta presentación, aparentemente carece de título y es anónimo o, en todo caso, su autor no es mencionado en la fuente de la que nos servimos, que es una publicación hecha el 30 de noviembre de 2022[1]. La historia, que nombraremos “El hombre y la serpiente”, dice:

 Un hombre vio cuando una serpiente estaba muriendo quemada y decidió sacarla del fuego, pero cuando lo hizo, la serpiente lo mordió. Por la reacción del dolor, el hombre la soltó y el animal cayó de nuevo en el fuego y se estaba quemando de nuevo. El hombre intentó sacarla otra vez y otra vez la serpiente lo mordió. Alguien que estaba observando se acercó al hombre y le dijo:

  • ¡Disculpe, pero usted es terco! ¿No entiende que todas las veces que intente sacarla del fuego va a morder?

El hombre respondió:

  • La naturaleza de la serpiente es morder, y eso no va a cambiar la mía, que es AYUDAR.

Entonces, con la ayuda de una vara de madera, el hombre sacó la serpiente del fuego y salvó su vida”.

El segundo relato, de autoría desconocida, al grado de que algunos lo atribuyen al gran Esopo[2], de la Grecia Antigua, y otros lo consideran una fábula budista[3], lleva por título “El escorpión y la rana”[4] y, en la versión que más nos gusta[5], narra que:

 

Había una vez una rana sentada en la orilla de un río, cuando se le acercó un escorpión que le dijo:

  • Amiga rana, ¿puedes ayudarme a cruzar el río? Puedes llevarme a tu espalda…
  • ¿Que te lleve a mi espalda? —contestó la rana—. ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco! Si te llevo a mi espalda, sacarás tu aguijón, me picarás y me matarás. Lo siento, pero no puede ser.
  • No seas tonta —le respondió entonces el escorpión—. ¿No ves que si te pincho con mi aguijón te hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar, también me ahogaré?

Y la rana, después de pensárselo mucho se dijo a sí misma: Si este escorpión me pica a la mitad del río, nos ahogamos los dos. No creo que sea tan tonto como para hacerlo.

Y entonces, la rana se dirigió al escorpión y le dijo:

  • Mira, escorpión. Lo he estado pensando y te voy a ayudar a cruzar el río.

El escorpión se colocó sobre la resbaladiza espalda de la rana y empezaron juntos a cruzar el río.

Cuando habían llegado a la mitad del trayecto, en una zona del río donde había remolinos, el escorpión picó con su aguijón a la rana. De repente la rana sintió un fuerte picotazo y cómo el veneno mortal se extendía por su cuerpo. Y mientras se ahogaba, y veía cómo también con ella se ahogaba el escorpión, pudo sacar las últimas fuerzas que le quedaban para decirle:

  • No entiendo nada… ¿Por qué lo has hecho? Tú también vas a morir.

Y entonces, el escorpión la miró y le respondió:

  • Lo siento ranita. No he podido evitarlo. No puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de otra forma distinta a como he aprendido a comportarme.

Y poco después de decir esto, desaparecieron los dos, el escorpión y la rana, debajo de las aguas del río”.

Pues bien, estos dos relatos tienen mucho en común, pues de un lado nos encontramos a un hombre y a una rana que en un acto de bondad obran de manera de procurar el bien a otro ser, en particular, respectivamente, a una serpiente y a un escorpión, mientras que, del otro lado, observamos a tales serpiente y escorpión, quienes envenenan a sus benefactores, aludiendo a la imposibilidad de frenar o cambiar su naturaleza o forma de ser, sin importar sucumbir ellos mismos al fuego o a las aguas.

Y son muchas las reacciones y no pocos los cuestionamientos que de estos relatos emergen, como lo evidencia la investigación literaria y nos lo pone de manifiesto el sentido común.

Para este análisis de las moralejas de estos breves relatos, vamos a hablar primero de las situaciones del hombre y de la rana, y luego de las de la serpiente y el escorpión.

Así, en cuanto al hombre y la rana, nosotros partimos de la aproximación según la cual, al objeto de no traicionar nuestra propia entidad, no debemos tratar de modificar nuestra manera de ser, de pensar, de conducirnos, de actuar, etc., cualesquiera sean las circunstancias vivenciales.

Se trata de mantenernos fieles a lo que vendría siendo nuestra verdadera naturaleza, cualquiera sea el comportamiento o la reacción de los demás. Lo importante es no extraviarnos de lo que vendría siendo la esencia de nuestro ser. Esto, desde la perspectiva yóguica, tiene que ver con el Dharma, es decir, con el actuar justo y debido desde nuestra propia consciencia, en donde obramos con autenticidad, sin juzgar y sin apego a los resultados

Pero, cuidado, no pretendemos con esto que sería un buen consejo para un ser bondadoso sugerirle sacar una serpiente del fuego con la mano o subirse un escorpión a la espalda para pasarlo a la otra rivera del rio. Si profundizamos un poco, podemos observar que lo trascendente no es el cómo, sino el qué.

En consecuencia, el qué viene siendo el objetivo o finalidad de nuestra actuación, que en este caso es hacer el bien a estos dos animales (serpiente y escorpión), en estado de necesidad. El qué consiste, en realidad, en evitar que la una se queme y el otro se ahogue.

Y para ello, por razones obvias, dentro del cómo ha de descartarse el tomar a la serpiente con la mano y el colocarse el escorpión en la espalda. En su lugar, el cómo ameritaría el uso de un palo o de una rama en el primer caso, y de una caja en el segundo caso, como ejemplos.

En semejantes circunstancias, lejos de renunciar a nuestra naturaleza, actuar de manera contraria a ella o perder nuestra esencia, estaríamos siendo fieles a nosotros mismos, pero no obraríamos guiados por la impulsividad y la irreflexión, sino, con inteligencia, por la reflexión y la prudencia. Podemos incluso aquí, desde la biología, evocar el instinto de supervivencia.

Nuestra conducta estaría así determinada por el principio preventivo, que no paraliza como el pánico, sino que invita a actuar cuidadosamente, gracias a la atenta escucha a esa voz interior del miedo que nos advierte, miedo que, si lo reconocemos y lo aceptamos, nos permite cumplir sin peligro nuestro cometido (el qué), tomando las debidas precauciones (el cómo).

En el mismo orden de ideas, la aproximación yóguica nos habla de Ahimsa o principio de no violencia, que es uno de los Yamas o preceptos morales internos de los Yoga Sutras de Patanjali, que nos convoca a actuar siempre de manera de no perjudicar a otros seres vivos, incluidos nosotros mismos. De hecho, en la práctica de Hatha Yoga decimos a los alumnos de observarse y profundizar en las posturas tanto como cada uno pueda, respetando y aceptando desde el amor compasivo sus propias limitaciones, en el camino personal trazado, de modo de no perjudicarse.

Ahora bien, por lo que respecta a la serpiente y el escorpión, si bien es posible que efectivamente su naturaleza sea la de picar y envenenar a seres diferentes que en su sentir les pongan en peligro, lo cual les hace ser animales con los que se debe ser extremadamente prudentes, precisamente por ser esa su naturaleza y carecer, entonces, de capacidad reflexiva, debemos asumir que, al tratarse de una fábula, están representando actitudes humanas.

Y, en cuanto concierne a los seres humanos, es conveniente recordar la oposición de ideas entre Rousseau, quien decía que son buenos por naturaleza, pero la sociedad es susceptible de corromperlos, y Hobbes, quien afirmaba que son malos por naturaleza, requiriendo de un poder autoritario que controle sus impulsos.

Solo que no nos vamos a detener en esta oportunidad a profundizar al respecto. Baste con esta simple evocación que sin duda invita a cavilar.

Lo que nos interesa en este momento destacar, y ello con luces de neón, es que los seres humanos disfrutan de esos magníficos dones que son la capacidad de raciocinio y la apertura de consciencia frente a las vicisitudes.

Es verdad que circunstancias traumáticas diversas, fobias, temores, estrés, depresión, neurosis, psicosis y situaciones aún más graves de diversas índoles, pueden llegar en suma medida a determinar la conducta de las personas.

Empero, no es menos cierto que multitud de vivencias personales, el ánimo y la voluntad de superación, y la siempre presente y bien ponderada actitud reflexiva, pueden conducir a una persona al autocontrol, tras reconocer y aceptar en sí la existencia de contravalores, sin juzgarse, y desde el auto amor benevolente, forjar importantes cambios actitudinales.

Por supuesto que es posible hacer mal a quien nos ha hecho bien, pero también es perfectamente factible que la respuesta automática hacia nuestros benefactores sea positiva.

Y la filosofía yóguica nos habla de la clave para que haya un efecto espiral de continuo y recíproco bienestar en las relaciones humanas, que no es otra cosa que la gratitud, el agradecimiento que deviene de Santosha, uno de los Niyamas o preceptos morales externos de los Yoga Sutras de Patanjali, es decir, del estado de permanente contentamiento por lo que tenemos, lo que merecemos, lo que recibimos.

Así, para el hombre y la rana, prudencia y reflexión al causar el bien a otro, y para la serpiente y el escorpión, contentamiento y agradecimiento al ser beneficiados.

Alberto Blanco-Uribe

1 Comentario

  1. Sofía de Gamboa

    Excelente. Recomiendo ampliamente su lectura.

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