Con arreglo al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, pareciera ser que el significado de la palabra “éxito”[1] alude necesariamente a un acontecimiento del pasado. En efecto, tres son las acepciones de este vocablo según el citado diccionario, a saber: 1. “Resultado feliz de un negocio, actuación, etc.”, 2. “Buena aceptación que tiene alguien o algo” y 3. “Fin o terminación de un negocio o asunto”.
En otros términos, se trata de una suerte de ritual social, con el cual, mediando el uso de esa expresión, con signos de admiración y todo, una persona festeja y felicita a otra, en razón de haber alcanzado un logro, tras un determinado comportamiento o cierta actividad, como podría ser haber logrado el consentimiento de ambas partes para la concreción de un contrato; haber sido aceptado tras una entrevista de trabajo; haber sido recibido dentro de una congregación; haber sido seleccionado para una licitación; haber culminado los estudios universitarios o alguna formación o certificación académica; y así sucesivamente.
Pareciera entonces que la perspectiva de ese diccionario nos invita a entender que el tema consiste entonces en celebrar algo que se dio bien o como se esperaba.
Es pues una mirada al pasado con un sentimiento de satisfacción, que puede ser de autorreconocimiento o de reconocimiento del otro.
Hurgando al azar en el universo de otros diccionarios, nos topamos con uno[2] que parte de la misma idea, consideración hecha de su acepción 1. “Resultado feliz o positivo. Ejemplo: fue laborioso, pero terminó su labor con éxito”, con sinónimo de “fortuna”, y de su acepción 2. “Buena aceptación. Ejemplo: ese producto ha tenido gran éxito en el mercado; es un autor de éxito”, con sinónimo de “aprobación, fama”.
Empero, su acepción 3, si bien con énfasis en el pasado, no deja sin embargo de asomar un vistazo esperanzado ahora hacia el futuro. Veamos: “Cosa con la que se ha alcanzado la fama. Ejemplo: empieza un ciclo con los éxitos de este actor”, con sinónimo de “triunfo”.
En mi criterio, acorde con mi experiencia de varias décadas, si bien mucha gente utiliza esa expresión con ocasión de celebrar algo ocurrido, ineluctablemente atención hecha del pasado así sea inmediato, tal como haberse graduado, haber conseguido una promoción en el trabajo; haber contraído matrimonio, haber concebido o tenido un hijo, haber cumplido un nuevo año de vida, haber escrito un libro o pintado un cuadro, etc., es lo cierto que consciente o inconscientemente, y quizás más clara en su intención, la persona que dice éxito a alguien en esas circunstancias, a más de festejar el logro, busca realmente invocar buenos augurios y vibraciones positivas para el futuro, inmediato y a largo plazo, en provecho del otro.
De tal manera que, en los ejemplos usados, se desea que el nuevo profesional obtenga un buen desarrollo en su nueva vida; que el recientemente ascendido satisfaga las expectativas de sus superiores; que los consortes o nuevos cónyuges disfruten de un largo y dichoso matrimonio; que los nuevos padres y madres gocen de hijos sanos y de sus propias maternidad y paternidad; que el cumpleañero pase un nuevo año pleno y de calidad; que el libro o el cuadro gusten y se vendan; etc.
Hasta ahora estamos entonces claros, no obstante las formas a mi pensar un poco vagas y ambiguas con que los diccionarios suelen definir el vocablo “éxito”, con la idea de que al decir éxito a alguien, aunque pueda haber una ligera referencia al pasado, lo cierto es que la intención es la de hacer visualizar un futuro prometedor y satisfactorio en el ser del, digamos, homenajeado.
Asistimos a una de esas palabras en donde si anhelas realmente conocer su significado, en lugar de remitirte a los diccionarios, revisa en ti mismo y en el hablar y actuar de los demás, el sentir que se manifiesta en la práctica cotidiana: alegría inmediata que se añora ininterrumpidamente prolongada hacia el mañana, por supuesto dentro de los va y venes que naturalmente la vida nos trae.
Ahora bien, ha llegado el momento de ensayar dar contenido a ese anhelo o, en otras palabras, ¿qué es lo que auguramos a alguien cuando en la circunstancia que sea le decimos “éxito”?
Y la pregunta es clave y pertinente, toda vez que lo que entienda el emisor por esa palabra, no necesariamente coincide con lo que ella implique para el receptor. Por supuesto que ambos están contentos, pues el éxito se asocia siempre con cosas positivas, por lo que nadie pregunta al otro, “¿qué quieres decir con ello?” “¿Qué me deseas en realidad?”
Y es aquí en donde intervienen valores culturales, unos más universales que otros.
En nuestras sociedades y comunidades iberoamericanas, como en algunas otras, detrás del deseo de éxito se esconden cosas como fama, reconocimiento social, altas posiciones laborales, profesionales o académicas, dinero, bienes materiales, casa, vehículos, respeto, prestigio, salud física…
Como podemos apreciar, lo indicado en el párrafo anterior son todos elementos que provienen del exterior, es decir, de fuera de la persona, sin importar que en muchos casos sea menester una actividad, un hacer, de la persona, para que pueda obtener esas cosas que, digamos, no caen del cielo. Pero podría pensarse entonces que el éxito es algo que la vida te ofrece de afuera hacia dentro, lo cual no es cierto, pues es necesaria una disposición de vida, conforme a la ley de la atracción, al poder de la palabra y a la fijación de una intención de vida, mejor si es mediando meditación.
Cabría sin embargo observar que, hay personas que a pesar de contar con todo ello no se sienten exitosas, y muchos a su alrededor no lo entienden.
Es posible que algunos de los lectores piensen que debió incluirse en esa lista inacabada al amor y a la felicidad, y si ahondamos más, otra invitada debería ser la paz, la tranquilidad y la serenidad.
Sí, en no pocas culturas no puede haber éxito si la persona vive en la angustia, el agobio, el estrés, el desasosiego, la opresión, por lo que se valora extraordinariamente la serenidad, incluso en ausencia de lo material. Una persona en paz en y con su interior puede sentirse exitosa, no obstante lo económicamente modesto de su vivir, para la incomprensión de muchos.
Por lo que respecta al amor, no es algo tampoco que te caiga del cielo, ni que te venga de afuera. Claro que todos queremos ser amados, pero para ello debemos amar, y amar es servir. Y podemos sin más amar y servir porque nacemos con ese don, con esa hermosa capacidad de dar o propiciar bienestar a otras personas. El amor o la aptitud de amar reside en nuestro ser interior. De tal perspectiva todos somos exitosos, por supuesto si hacemos uso de ello.
Y en cuanto concierne a la felicidad, apreciado lector, serían cuantiosos los volúmenes que se podrían escribir al respecto, y hay quienes la asocian a la cómoda posición socioeconómica y a la ausencia de problemas.
A mi modo de ver, la felicidad también viene con nosotros de nacimiento en nuestro interior y solo de nosotros depende encontrarla, apreciarla y gozar de ella. No depende de lo externo en lo absoluto.
Quizás la felicidad dependa de una intención de vida simple: la de ser feliz. Encontrarse en un estado de satisfacción y reconocimiento espiritual, que las más de las veces deriva de una perenne actitud de gratitud o de agradecimiento frente a todo cuanto nos ocurre o rodea. Recuerdo, porque me dio mucho que pensar, aquello de que aún enfermo, y muy enfermo, hay bastante que agradecer, empezando por el hecho de que se está vivo. Y la gratitud, ese gracias a la vida y por la vida, apreciado lector, sana y trae la sonrisa a nuestro rostro.
De esta forma, que cuando alguien augure éxito a otro, que sea una forma de invitarle a recordar se capacidad de amar y de servir, y de encontrar la felicidad dentro de sí.
Para terminar, una historia: “Dónde está la felicidad”[3]:
“En el principio de los tiempos se reunieron varios demonios para hacer una de las suyas. Uno de ellos dijo:
– Debemos quitarles algo a los hombres, pero ¿qué?
Después de mucho pensar uno dijo:
– ¡Ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar.
Propuso el primero: «Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo», a lo que inmediatamente repuso otro: «No, recuerda que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está».
Luego propuso otro: «Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar», y otro contestó: «No, recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar y entonces la encontrará».
Uno más dijo: «Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra». Y le dijeron: «No, recuerda que tienen inteligencia, y un día alguien va a construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad».
El último de ellos era un demonio que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás. Analizó cada una de ellas y entonces dijo:
– Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren.
Todos voltearon asombrados y preguntaron al mismo tiempo: «¿Dónde?». El demonio respondió: «La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera que nunca la encontrarán».
Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo”.
Definir el éxito es complejo, porque realmente es muy subjetivo. Pero sin duda tener éxito debe estar íntimamente relacionado con poder ser nosotros mismos, en escencia, sentirnos plenos. Aunque pareciera más bien que se tratara de lo externo principalmente, lo que objetivamente logras.
Gracias Stephanie; efectivamente es un tema vinculado indisolublemente a lo interior. El éxito entonces no sería en principio visible para los demás. Ellos solo veriaan los logros exteriores, cosa que es posible tener sin lograr éxito, como lo entendemos. Gracias
Por cierto, el final está genial. Muy reflexivo