Juan Salvador Gaviota, ¿yogui?

En varias oportunidades de mi vida he tenido la grata ocasión de leer el relato de Richard Bach intitulado Juan Salvador Gaviota[1]. La primera vez, durante mi adolescencia, lo encontré estimulante y realmente motivador. Durante mi carrera como profesor universitario en temas de derechos humanos lo recomendé ampliamente a mis alumnos, pues se presta muy bien para el estudio del concepto de libertad.

 Y desde hace ya unos años en los que he entrado con mayor interés a los aspectos espirituales, y particularmente al estudio de las filosofías hinduistas y a la práctica del yoga, para mi sorpresa y emoción descubro en Juan Salvador Gaviota a un verdadero maestro yogui.

 Para mí, el arte en general y, especialmente, el cine y la literatura ha sido por décadas fuente de análisis para un mejor, divertido y lúdico aprendizaje de mis alumnos. Al igual que este libro, otros como El Principito, El Búho que no podía Ulular, El Arte de Amar, y películas como El Hombre Bicentenario, La Sociedad de los Poetas Muertos, Coco, me permitían como docente, en un ambiente circular y horizontal, digamos socrático, abordar el conocimiento y permitir a cada estudiante enrumbarse hacia la sabiduría, a su ritmo, sin forzar y desde sus experiencias vivenciales y cognitivas, en todo lo relacionado a la libertad y los derechos humanos. Y luego, ese nuevo conocer era manifestado a los demás compañeros, divididos en grupos, a través de obras de teatro de su propia inspiración, convocantes del diálogo y el respeto del otro.

 Hacíamos, pues, que la cultura no se quedara en la Escuela de Arte y en los auditorios, o peor aún, fuera del campus universitario.

Que dicha entonces que el arte y, de nuevo en especial, el cine y la literatura, me evidencien que la cultura y sus manifestaciones diversas son igualmente una extraordinaria fuente de estudio y comprensión de los principios fundamentales del yoga.

 Veámoslo a partir de la lectura de Juan Salvador Gaviota, que recomiendo enormemente. Sumergirse en sus letras con la misma intención que cuando te posicionas en tu esterilla, liberando tu mente, concentrada en las imágenes y en tus emociones y sensaciones…la reflexión vendrá luego.

 Pues bien, Juan Salvador era una gaviota que quería volar, pero no sólo volar como todas las demás desde la inercia y el automatismo tras la comida lo hacían, sino efectivamente volar. No como las demás y los superiores le decían que debía hacerlo, sino desde su propia conexión corporal y energética, en todo el sentido de la palabra volar… ¿liberarse?

 Volar diferente a como habitualmente lo hacían las gaviotas, volar por ejemplo como un águila, alcanzar aquellas alturas, multiplicar sus perspectivas visuales, llegar a aquellas inimaginables velocidades, todo ello como intención de una práctica constante y decidida, una práctica de vida, en presencia de Yamas, Niyamas, Asanas, Pranayamasm Pratiahara. Una forma de vida con el contentamiento propio de probar una y otra vez, y frente al tropiezo, a la caída, a la pérdida del equilibrio, a la falta de flexibilidad, desde Ahimsa y Karuna o la no violencia y la compasión, sonreír y sin juzgarse ser firme en la intención. Analizando sus propias limitaciones y facilidades.

Semejante estado de Dharana o plena concentración en el objeto de volar conforme a sus sueños, no tardaba en convertirse o pasar al estado de Dhiana, en este caso, lo que conocemos hoy como meditación en movimiento.

 Y aquí resulta muy importante destacar que, en ese camino del óctuple yoga, yoga de los ocho pasos, Astanga Yoga, óctuple sendero del Raja Yoga de los Yoga Sutras de Patanjali, bajo todas esas denominaciones, luego de Dharana y Dhiana sigue Samhadi, el estado de máxima conciencia, de fusión con el Absoluto Universal, en el que se alcanza la liberación. Empero, lejos de tratarse de una fórmula lineal en donde no hay vuelta atrás una vez conquistado un peldaño, es lo cierto como el propio Buda y otros maestros lo explicaron, que una persona que haya alcanzado el Samhadi podría luego retroceder por infinitos factores, dejarse gobernar por Rajas (la irracional hiperactividad) o Tamas (la indolencia, la negligencia), y volver a él, una y otra vez, o incluso nunca más salir o volver.

 De esa forma, Juan Salvador Gaviota, frente a sus intentos que comenzaron a ser frustrados por haber dejado actuar sus Vrttis, esas fluctuaciones de pensamientos y emociones en ese caso negativas, de desaliento, comenzó a decirse que era simplemente incapaz de hacerlo, y se deslizó hacia el no ser, no ser él mismo, hasta que una inspiración le llegó bajo una voz que en su interior le dijo: “Las gaviotas nunca vuelan en la oscuridad”. Entonces observó con detenimiento cómo lo había hecho, y bajo correctivos su intención reapareció y probó, aprendió de sus propios errores, y lo logró.

 Quiso entonces enseñar a sus semejantes, pero éstos le rechazaron y lo expulsaron.

Había logrado alcanzar el saber y lo más importante afianzarse en el ser (So Ham), y entonces descubrió que el Samhadi era algo para sí mismo, y para aquellos otros que tras sus propios caminos y con la debida intención lo recorriesen desde sus posibilidades particulares.

 Y en su destierro se consiguió con otras gaviotas que también habían alcanzado la iluminación, haciéndole ver que había llegado la hora de empezar otra etapa, y con la sabiduría en Jñana Yoga (yoga del conocimiento) voló con ellas hacia el infinito cielo azul y su cuerpo se hizo de luz, hasta llegar a un lugar pacífico en que todas las gaviotas sólo buscan la perfección en el vuelo

Pero eran pocas. Le explicaron que la mayoría de las gaviotas aprenden lento, por lo que deben pasar de un mundo a otro casi exactamente igual. Asistimos entonces a lo que es el Karma Yoga (yoga de la acción), según el cual la persona ha de obrar según su Dharma, es decir, desde la acción justa y debida, con desapego de los resultados, de modo de llegar a Moksha, que no es otra cosa que la liberación, la liberación del Samsara o rueda de las reencarnaciones, como todo resulta bien explicado en las enseñanzas del gran libro Bhagavad Gitta. Le dicen a Juan Salvador Gaviota: “¿Tienes idea de cuántas vidas debimos cruzar antes de que lográramos la primera idea de que hay más en la vida que comer, luchar, o alcanzar poder en la Bandada? ¡Mil vidas, Juan, diez mil! Y luego cien vidas más hasta que empezamos a aprender que hay algo llamado perfección, y otras cien para comprender que la meta de la vida es encontrar esa perfección y reflejarla”.

Y, por si fuera poco, cuando Juan Salvador Gaviota inquiere acerca de dónde está el verdadero cielo, le responden que el cielo consiste en ser perfecto, que es estar allí, el cielo no es un lugar ni un tiempo, es la integración del significado de la bondad y el amor.

 Cuántas veces hemos oído a nuestro profesor de yoga o hemos dicho nosotros a nuestros alumnos de concentrarse en el aquí y el ahora. El instante presente y en donde estás es todo cuanto cuenta. Pues bien, el maestro le dice a Juan Salvador Gaviota: “…supera el espacio, y nos quedará sólo un aquí. Supera el tiempo, y nos quedará sólo un Ahora”.   

 Toda la historia es hermosa y está llena de pasajes donde la paciencia, el amor, la fraternidad y el entendimiento de que las intenciones no tienen límites confluyen para hacer de ti un farol en el camino de los otros hacia la iluminación, la liberación.

Alberto Blanco-Uribe

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