El tiempo, ese tesoro del aquí y del ahora:

 El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la libertad como la “Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”[1]. Y por su parte el orden jurídico reconoce el derecho humano al libre desenvolvimiento de la personalidad, dice que la persona puede hacer todo aquello que no esté prohibido por la ley, en virtud de que toda persona nace libre[2], y por razones de solidaridad determina que “la libertad de uno llega hasta donde empieza la del otro”.

Así, tenemos que las posibilidades de actuación o de no actuación de la persona vienen precisadas en la realidad en función de la disposición efectiva o no de tiempo libre. La variable temporal es fundamental.

 El tiempo de una persona se clasifica en tiempo no disponible y tiempo disponible[3].

 El tiempo no disponible viene dado por aquel en el cual la persona se encuentra obligada a atender ciertas ocupaciones a las que se ha constreñido, por razones naturales o de salud, necesidad económica o en virtud de mandato legal.

En este grupo nos tropezamos, primero, con el trabajo remunerado, trátese de profesiones liberales, asalariados, empresariado y negocios y emprendimientos, y con el trabajo doméstico. Y esto, con independencia de que exista o no satisfacción vocacional o gusto por lo que se hace.

Segundo, con la educación. La educación formal o escolarizada, presencial, en línea o a distancia.

 

Tercero, con lo para laboral o para educativo, que comprende el tiempo destinado a desplazamientos de la casa al trabajo y a otros lugares con ocasión al trabajo, o de la casa a los centros educativos, bibliotecas, otros; el tiempo consagrado a la búsqueda de empleo, entrevistas de trabajo, etc.

Y cuarto, el tiempo no disponible absorbe lo relativo a otras obligaciones, tales como las de orden biológico básico, como comer, dormir, exigencias fisiológicas y descansar (nótese que el descanso es tiempo no disponible); las referidas al campo de la salud, donde entran las citas, consultas y tratamientos médicos, exámenes de laboratorio, compra de medicinas; y las que han sido calificadas de obligaciones sociales, que presuponen los trámites diversos ante las autoridades públicas.

 Por otra parte, tenemos el tiempo disponible, que se subclasifica en ocupaciones autoimpuestas y en tiempo libre propiamente dicho.

 La persona comienza a usar de su tiempo disponible sujetándose a obligaciones que emanan de ocupaciones autoimpuestas, dentro de las que destacan las actividades religiosas (tiempo dedicado a la oración o a la asistencia a ceremonias y ritos en los templos); las actividades voluntarias de tipo social o de solidaridad (membresía más o menos activa en organizaciones no gubernamentales, asociaciones vecinales, ambientalistas, de consumidores, gremiales, sindicales, instituciones asociativas académicas, fundaciones, militancia política, etc.); y las actividades de formación institucionalizada (presencial o virtual en cursos varios y de niveles diversos, por ejemplo de idiomas, cocina, música, fotografía y un larguísimo etcétera).

Las actividades de recreación pueden ser incluidas aquí, pues son de libre elección dentro del tiempo libre, sean físicas o deportivas, o intelectuales, juegos de mesa, cine, teatro, turismo, etc.

Y en cuanto al tiempo libre propiamente dicho, tenemos tres posibilidades: primero las ocupaciones no autotélicas[4], es decir, aquellas que si bien son de libre elección de la persona no constituyen una finalidad en sí mismas ni implican placer en su ejecución, donde podemos ejemplificar el tiempo transcurrido en un solárium para broncearse o donde el costurero tomando las medidas de un traje, pues el cometido es posterior a la actividad: lucir una piel de un matiz pretendidamente más atractivo o sentirse bien vestido para una ocasión en particular.

 Segundo, el tiempo libre estéril o desocupado, donde la persona se deja subsumir por el aburrimiento y el tedio. “Que fastidio, me aburro”. Una total inactividad completamente inútil, o si se quiere una perdedera irrecuperable de tiempo[5]. Sólo habría que advertir que no se incluye en este grupo a las personas cuya inactividad viene como consecuencia de un padecimiento grave como depresión, crisis de estrés o angustia, algún tipo de discapacidad temporal u otro, que requieren de ayuda profesional. Por otro lado, son conocidos y recurrentes los casos de apatía, desidia, desmotivación, dejadez, baja autoestima o ausencia de confianza en sí mismo, temores, que sólo requerirían de alguien (padres, amigos, maestros, profesores, etc.) o algo (una película, una lectura, una frase, una situación, etc.), que estimule su amor por la vida y los convide entonces al actuar.

Y tercero, el ocio, que consiste en la realización de actividades autotélicas, que en consecuencia son entonces valiosas en sí mismas, estimulantes y divertidas, y exigen del ingenio y la creatividad, con un componente buscado o accidental, potencial o efectivo, de utilidad social.

 Además, no debe despreciarse el importante hecho de que muchos emprendimientos de trascendencia, pudiendo derivar incluso en grandes empresas, casi siempre emergen de ese mágico ocio.

 

El ocio, mi derecho:

 Así, el ocio es un hacer, un actuar, independientemente de la actividad concreta de que se trate, y consiste en utilizar el tiempo libre mediante una ocupación autotélica y autónomamente elegida y realizada, cuyo desarrollo resulta satisfactorio y/o placentero para la persona. No se trata de reposar, puesto que como vimos el descanso es tiempo no disponible. Ni de recreación, puesto que, si bien el ocio ha de ser recreativo o satisfactorio, la recreación no tiene por qué ser creativa ni ingeniosa, aunque sí divertida.  

 Y el punto es que toda persona tiene derecho al ocio, como manifestación de su libertad. Por ello, la Carta del Ocio[6] de 1971, de la Asociación Mundial del Ocio y la Recreación (WLRA), organización no gubernamental internacional vinculada con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), expresa que: “El Ocio es un derecho básico del ser humano. Se sobreentiende, por eso, que los gobernantes tienen la obligación de reconocer y proteger tal derecho y los ciudadanos de respetar el derecho de los demás. Por lo tanto, este derecho no puede ser negado a nadie por cualquier motivo, credo, raza, sexo, religión, incapacidad física o condición económica”. La Declaración de Sao Paulo “El Ocio en la sociedad globalizada”[7], de 1998, indica que: “Todas las personas tienen derecho al ocio y la recreación por medio de acciones políticas y económicas sostenibles e igualitarias”. Y la Carta Internacional para la Educación del Ocio[8], de 1993, reconoce: “El ocio se refiere a un área específica de la experiencia humana, con sus beneficios propios, entre ellos la libertad de elección, creatividad, satisfacción, disfrute y placer, y una mayor felicidad. Comprende formas de expresión o actividad amplias cuyos elementos son frecuentemente tanto de naturaleza física como intelectual, social, artística o espiritual…. El ocio es un derecho humano básico …”.

El derecho al ocio exige tres condiciones:

a.- Libre elección-voluntariedad: la libertad de la persona para decidir qué quiere hacer dentro de una variedad de opciones a elegir, que requieren de su ingenio y de su creatividad, debiendo la persona interesada experimentar efectivamente un sentimiento subjetivo de autonomía y creación.

b.- Vivencia placentera-satisfacción: La actividad desarrollada debe ser vivida con placer, diversión.

c.- Deseable por sí misma (autotelismo) y con carácter final: No en función de lo que se pueda o no obtener posteriormente (libro, cuadro, escultura, invento, mejora en habilidades, mejora terapéutica…).

Sólo en presencia de estos tres elementos concomitantes podemos hablar de que la persona está ejerciendo su derecho humano al ocio.

En esta perspectiva, resulta muy pertinente y oportuno ejemplificar lo que se viene exponiendo con la realización misma de este artículo. En efecto, en mi caso particular (y en el de muchos otros colegas investigadores, juristas y profesores), este tipo de actividad académica bien sea la redacción de un trabajo escrito como éste, cuya lectura me honra y agradezco, o el dictado de una conferencia o la presentación de una ponencia con ocasión de un congreso, seminario o webinar, es sin lugar a la menor duda, una actividad ociosa.

Y estas actividades académicas implican ocio en virtud de no tratarse de trabajo, pues no hay remuneración ni obligación, ni ser otra actividad de tiempo no disponible. Se trata de actividades de libre elección (tras una gentil invitación) ejecutadas en mi tiempo disponible. Son de naturaleza autotélica, pues me generan satisfacción en sí mismas y me divierten con su mera realización, pues que se lea, si es un escrito, o que se oiga o se vea, si es una intervención oral o un video, y que se aprecie, son circunstancias que escapan a la voluntad del autor, y que representan un plus, también satisfactorio claro está, pero independiente, azaroso, subsiguiente o posterior. Y, además, ponen en juego el desarrollo de mi ingenio creativo, pudiendo generar utilidad para la sociedad

El ocio no es perder el tiempo, un prejuicio:

 Cuantas veces hemos oído a alguien acusar de “ocioso” a otro, por estar holgazaneando, vagando. Y esa es lamentablemente la idea general que pulula en la sociedad, idea totalmente equivocada y por tanto prejuiciada, que tiene su origen “filosófico” “cultural”.

 Es pues menester limpiar y devolver su brillo al ocio, y entender que el apelativo de ocioso lejos de ser un insulto ha de ser un elogio.

El citado Diccionario trae cuatro acepciones del vocablo ocio[9], a saber:

 “1. Cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad.

  1. Tiempo libre de una persona.
  2. Diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas.
  3. Obras de ingenio que alguien forma en los ratos que le dejan libres sus principales ocupaciones”.

 No obstante, la mayoría de la gente ha hecho en el vocabulario y en la jerga común que se asuma corrientemente la primera acepción, aquella de la inacción u omisión de actividad, en combinación con la segunda, tiempo libre, que se suele prejuiciosamente leer como nada que hacer.

 En consecuencia, hay una serie de ideas preconcebidas que hacen ver de reojo cuando a alguien se le califica de ocioso o de vago, por asumir prejuiciosamente que está perdiendo el tiempo, que está sin hacer nada, inactivo y hasta inútil.

Así, y hay que tener cuidado con eso, además de trabajar y en consecuencia de descansar, el ser humano tiene la necesidad de alcanzar otros cometidos útiles para sí y para la sociedad.

 Es en el ocio y solamente en el ocio donde podemos permitir que emerjan las facetas humanas que no están sujetas al imperativo de la producción y que hacen con diversión brotar el ingenio y la creatividad de la persona. En ello se juega lo esencial de nuestra libertad[12].

 De modo que, con felicidad, ilustrativamente, si nos gusta la carpintería, hagamos ese mueble que queremos fabricar, construir o ensamblar. Apasionados de la lectura, entrémosle a ese libro que queremos leer. Divertidos con las actividades lúdicas, empecemos esos juegos que nos animan. Propiciemos esa conversación que nuestros hijos han solicitado. Pintemos ese dibujo o cuadro no empezado o terminado. Disfrutando tanto de la narración, de la investigación, escribamos esas líneas que rondan nuestra cabeza. Fanáticos de los documentales, veamos esos que tanto nos motivan. Y así sucesivamente y hasta el infinito, según los gustos, intereses y diversiones de las personas.

 

El ocio y la meditación.

Incluso, tan interesados que hemos podido habernos mostrado por descubrir si son ciertos los beneficios que se le atribuyen a la meditación, justificándonos de no probar por no disponer de tiempo, o peor, por asumirlo como holgazanear, ¿qué tal si nos damos el chance de empezar a meditar?

Y hablando de la meditación, me viene a la mente mi jardín. ¿Habiendo ya disfrutado o habiendo oído tanto hablar de la relajante jardinería, qué pasa con ese huerto, conuco o invernadero que hemos postergado (a más de la utilidad derivada de contrarrestar el alto costo de la vida)? Y cabría lo mismo decir en relación con el espacio que podría usarse para la cría de conejos o para tener dos gallinas ponedoras. Y me cae en la mano el poema de Beatríz Sogbe, intitulado “La Pandemia y el Jardín[13]:

 

“Trabajando la
tierra se suspende
el pensamiento,
se vacía la mente,
se acalla el ego, se
purifica la mirada y
el oído. Estar en un
jardín es estar con
uno mismo”.

“Y casi toda la tarea la haces de rodillas.
Es una provocación espiritual. Por ello
siempre había huertos y jardines en
los monasterios. Nada se opone más
a la impaciencia consumista que un
jardín. El jardín tiene vocación contemplativa
que importa serenidad.
Trabajando la tierra se suspende el
pensamiento, se vacía la mente, se
acalla el ego, se purifica la mirada
y el oído. Estar en un jardín es estar
con uno mismo”.

 Podemos ahora afirmar que “el ocio es el padre de todas las virtudes.

Y en demostración de ello pensemos en la magnífica obra de tantos ociosos de la humanidad, que con su ingenio y su creatividad, imbuidos de gozo, prestaron grandes servicios a la sociedad, nos hicieron la vida más confortable, recrearon nuestra mente y llenaron nuestro espíritu.

 Agradecemos entonces por tanto a Leonardo Da Vinci, a Miguel Ángel, a Vincent van Gogh, a Pablo Picasso, a Mario Benedetti, a Antoine de Saint-Exupéry, a Richard Bach, a Gabriela Mistral, a Miguel de Cervantes, a Thomas Edison, a Buda, a Isaac Newton, a Lao-Tse, a Emilia Pardo Bazán, a Jesús, a Frida Kahlo, a Malala Yousafzai, a Greta Thunberg, a Martin Luther King Jr, a Anandamayi Ma, a aquel ser humano que inventó la rueda y a tantas y tantas otras maravillosas personas que con su ocio contribuyeron y contribuyen tanto, en un diálogo intergeneracional infinito, al bienestar de ésta y de las futuras generaciones.

Y por supuesto, gracias también a WebsmBook, administradores de nuestra comunidad de autores, por haber emprendido desde su dichoso ocio, esta ventana que nos permite tomar contacto con el pensar de cada uno y ofrecer el nuestro.

 Sigamos pues con esta actividad autotélica, llenándonos de gozo, con nuestra creatividad e ingenio a favor de los demás[14].

 ¡¡¡Gracias!!!

 

Alberto Blanco-Uribe

[1] https://dle.rae.es/libertad?m=form

[2] Declaración Universal de los Derechos Humanos 1948, https://www.un.org/es/documents/udhr/UDHR_booklet_SP_web.pdf

[3] Josué Llull Peñalba, “Pedagogía del ocio” https://eala.files.wordpress.com/2011/02/pedagogc3ada-del-ocio.pdf

[3] https://eala.files.wordpress.com/2011/02/pedagogc3ada-del-ocio.pdf

[4] https://sites.google.com/site/aprenderafluir2295/aprender-a-fluir/la-experiencia-autotelica : “En su raíz etimológica, la palabra autotélica viene de los vocablos griegos auto telos que significan, respectivamente, “en sí mismo” y “finalidad”. Una experiencia autotélica es aquella en la que la recompensa obtenida se deriva del mismo acto de realizar la actividad. Es decir, la atención de quien la experimenta se centra en la actividad en sí misma y no en sus posibles consecuencias”.

[5] Los niños, como los animales, jamás se aburren, pues siempre encuentran que hacer: la vida es un juego que no desean perderse. Los adolescentes pasan por esto en su proceso de reencontrarse en el mundo y definirse. Muchos adultos retornan repetitivamente a la adolescencia, y otros afortunadamente rescatan su niño interno.

[6] http://www.redcreacion.org/documentos/cartaocio.html

[7] http://www.redcreacion.org/documentos/declaracionsp.html

[8] http://www.asociacionotium.org/wp-content/uploads/2017/01/carta-de-la-educacion-del-ocio.pdf (consultada en agosto 2020).

[9] https://dle.rae.es/ocio?m=form

[10] Recordemos la hoz y el martillo en la simbología de esta última.

[11]https://www.google.com/search?rlz=1C1AVFC_enFR823FR823&sxsrf=ALeKk01wtELP058Clwgma0jrquolIW6l_Q:1597216748080&source=univ&tbm=isch&q=campo+de+concentraci%C3%B3n+de+auschwitz+letrero+entrada&sa=X&ved=2ahUKEwia0JeHkJXrAhWBAmMBHTqvCiMQsAR6BAgJEAE&biw=1600&bih=740#imgrc=CpSc0NfpV5MXPM

[12] https://lamenteesmaravillosa.com/el-ocio-un-derecho-y-un-deber/

[13] Diario El Nacional, Papel Literario, 24 de mayo de 2020, página 6. https://www.elnacional.com/papel-literario/la-pandemia-y-el-jardin/

[14]      Solo aclaremos que, para ser exactos, si bien nuestra comunidad de autores es ocio para sus administradores y para quienes escribimos desde esta perspectiva, deja de serlo para quienes escriben con fines (también legítimos) de difusión publicitaria de sus emprendimientos, pues al tener fin remuneratorio la actividad deja de ser ocio, al no ser autotélica ni de tiempo libre.