Por supuesto que el yoga no es un deporte, ni es ir a hacer ejercicio, ni es una forma de perder peso. El yoga es vida, es conocerse, es compartir, es sentimiento; mi único consejo: emociónate con el yoga. Así que no te extrañes si en más de un momento de la práctica, la carne de gallina hace aparición en tu cuerpo.

Entrando en la sala

Ya nada más entrar en la sala se respira un ambiente mágico, y se presiente que durante la siguiente hora y media vas a vivir algo especial, con mucho sentimiento; un algo que nunca será igual en ninguna práctica.

 Van entrando y colocando su esterilla en el suelo, se sientan tranquilamente sobre ella y se preparan para lo que va a significar un nuevo paso en sus caminos, tanto del yoga como de sus vidas.

Todos sentados, ojos cerrados, respiración suave, luz muy tenue y ya se empiezan a ver las primeras pequeñas sonrisas que se dibujan en sus rostros. Lentamente y con pequeños movimientos van buscando la alineación ideal para empezar a cuidar sus cuerpos. Enraizan, crecen, anclan, expanden, alargan, proyectan, activan bandhas. Y entonces llega el momento de empezar a dirigir sus sentidos hacia su interior para que así cada uno continúe con su propio proceso de interiorización y auto-conocimiento.

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Práctica de asanas

La práctica continúa. Todos en pie para comenzar con los Saludos al Sol y las secuencias de asanas. Nos acompaña la música, pero a un volumen mínimo para poder sentir y escuchar plenamente sus respiraciones, el sonido de Ujjayi que inunda toda la sala y les ayuda a concentrarse, a centrarse, y que a mi consigue llegar a emocionarme. También se siente un flujo muy potente y especial de energía en la sala, se respira, se palpa; es increíble la cantidad de energía que se puede llegar a acumular en tan pocos metros.

Durante la ejecución de las asanas tienen lugar los ajustes, un sutil y ligero contacto con ellos que llega a transmitir una inmensa cantidad de sensaciones, de sentimiento. Un simple roce de manos sirve para sentir todo ese intercambio de emociones y toda la fuerza que irradian.

Llega el momento de Savasana, su merecida relajación final. Las sonrisas siguen dibujadas en sus rostros. Sus cuerpos se van fundiendo con la tierra, sus mentes se van dejando llevar, sus respiraciones se van suavizando. Música suave, el sonido de los cuencos, aceite en sus frentes, todo lo que sea necesario para que disfruten plenamente de esos minutos.

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Despedida

Tras la relajación vienen unas palabras de despedida. Todos sentados de nuevo. Ojos cerrados. Sus caras reflejan multitud de emociones: sonrisas, alguna lágrima, caras de total bienestar. Todas ellas me las transmiten, me las contagian y me emocionan de tal forma que, en muchas ocasiones, un nudo en la garganta o en el pecho me obliga a tener que dejar de hablar unos segundos, respirar y poder así despedir la práctica. Te lo recomiendo de corazón: emociónate con el yoga.

Namaste

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Pero aquí no termina todo, después hay más sonrisas, abrazos, palabras de agradecimiento. Pero realmente soy yo el que tiene que decir: Muchas gracias yoguis por emocionaros conmigo!!

Oscar Losada