La palabra es la herramienta fundamental y más precisa, certera y contundente de la comunicación.

Ella nos permite, en la lengua que sea, expresar todo lo que hay en nuestro interior, trátese de pensamientos, emociones, sensaciones, conocimientos, anhelos, ideas, temores, pasiones, … todo.

Y esto es así desde el mismo instante histórico en que surgió, hasta nuestros días, sea que esté presentada al oral o al escrito, hablada, cantada, declamada, cantada, leída; contenida en un simple saludo o un adiós, en una epístola, un artículo, un libro, una emisión de radio, un programa televisivo, serie, película, obra de teatro. …; transmitida también por intermedio de Internet y las redes sociales.

Claro que las redes sociales en general tienden a limitar el número de palabras utilizables en un mensaje, pero igualmente, por tratarse de palabras, a fin de cuentas, palabras clave, los hashtag (#) o “etiquetas” permiten una mayor difusión de las publicaciones, hacia grupos interesados en temas precisos dentro de la web. 

Es cierto que, en cuanto a las redes sociales, aunque ello también se había puesto de manifiesto sobre todo en los libros científicos y revistas hasta de farándula, en el pasado, las palabras más o menos profundas van asociadas a imágenes (fotos y videos silentes), a lo mejor por razones de espacio o de impacto visual, pero especialmente por aquello que dijo Henrik Ibsen: “Mil palabras no dejan la misma impresión profunda que una acción”, que se ha popularizado como: “Una imagen vale más que mil palabras” y vaya que pintores, escultores y fotógrafos lo tienen presente.

Y no podemos dejar de lado el hecho de la por todos conocida y vivida experiencia en cuanto a la indiscutible elocuencia del silencio y de los gestos, en cuantiosas circunstancias.

Empero, teniendo presente que muchas imágenes, silencios y acciones ameritan explicaciones o contextualizaciones, quizás por la sensación de claridad, de seguridad y de tranquilidad que suelen dar, aunque no siempre, es lo propio que el poder comunicativo de las palabras es infinito.

Las palabras tienden un puente comunicativo entre seres que se aman, o simplemente se conocen o no, o dividiéndoles la adversidad o la enemistad; o entre personas que buscan aprender de otras incluso por medio de un diálogo intergeneracional, con milenios de distancia entre el diciente, en la tradición oral o escrita, y el receptor, objetivo de la inculturación o de la investigación cognoscitiva.

En una ocasión escribí, en honor precisamente a la palabra, el siguiente poema intitulado Viajera del viento:

“Es humana, es lo humano. Da sentido a nuestro ser. Nuestra especificidad dentro de la maraña planetaria. Lo que une y a la vez diferencia. Tiende puentes y a la vez distancia. Cercanía inestable y lejanía perenne.

No tiene vida propia. Es un todo en sí. Igualmente puede sellar un compromiso como declarar una guerra. Puede alegrarte, motivarte, deprimirte, destruirte. Su fuerza es infinita y su debilidad no acaba nunca. No es ella, oral ni escrita. Es mera abstracción. Su fuerza estriba en su maleabilidad. Como el recuerdo, es todo y es nada, eres tú, la palabra”.

Y, por tanto, si bien la palabra goza de ese poder comunicativo, tal como lo queremos dejar advertido, la palabra, en cuanto al resultado de su uso, depende totalmente de la intención del emisor. Efectivamente, la palabra como dijimos al inicio es una herramienta, y como tal, su uso puede ser beneficioso o perjudicial. La poderosa palabra es maleable como lo es el filoso cuchillo, del cual nadie desea prescindir, pues bien nos sirve para cortar nuestros alimentos, no obstante que también puede ser usado para privar de la vida a alguien.

Por tanto, como para el buen uso del cuchillo, incluso para no cortarnos nosotros mismos, la utilización de la palabra debe ser aprendida, de modo que su empleo sea constructivo y no destructivo. Para usar la palabra, no basta entonces saber hablar y escribir, sino aprehender cómo se ha de hablar y escribir de manera de no hacerse daño a sí mismo y a los demás, de ser un regalo para los demás, y de ser impecable con tus palabras, dentro de una sana intención enriquecedora y nutritiva, cónsona con la ley de la atracción. Al respecto respetuosamente remito al lector a algunos de mis artículos pertinentes[1].

Ahora bien, en esta ocasión, pretendo ilustrar un trascendental aspecto de lo que me encuentro exponiendo con ayuda de una anécdota que se atribuye al gran filósofo de la Grecia clásica Sócrates.

Se cuenta que uno de sus discípulos llegó apremiado a su lado, con el objetivo de contarle lo dicho por alguien que había hablado mal de su maestro.

Y luego de tranquilizarle, el filósofo le dijo que antes de hacerse vocero de una información, cualquiera que fuera, se debía hacer un ejercicio que denominó de los tres filtros. Y sólo si tales filtros eran superados, podía la persona hacerse eco de ella.

El primer filtro versa acerca de si hay certeza o no acerca de la verdad de esa información: “¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es verdad?”. Y frente a la respuesta negativa del discípulo, agregó: “Entonces no sabes si todo es cierto o no”.

Sólo si es verdadera se puede transmitir. De lo contrario, si no se está seguro de su incerteza, o se cree que pudiera ser verdad, podría presentársele como una hipótesis bien definida.

En todo caso, si es verdad o hipotética, se puede transmitir con la advertencia en el segundo caso, pero siempre que pase también los siguientes filtros.

El segundo filtro trata sobre la bondad de esa información: “¿Lo que vas a decirme es bueno o no?”. A lo que el discípulo respondió que era algo malo, y el maestro dijo: “Vas a decirme algo malo, pero no estás totalmente seguro de que sea cierto”.

Nada más en caso de que esa información sea verdadera o esté advertido su carácter hipotético, y además sea susceptible de generar beneficio (sea buena) o de no causar perjuicio (no sea mala), entonces podría transmitirse, siempre que pase además el tercer filtro.

El tercer filtro alude a la utilidad o necesidad de esa información: “Me va a servir de algo lo que tienes que decirme?”. El discípulo dudó y el maestro expresó: “Si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno e incluso no es útil, ¿para qué querría saberlo?”.

Se dice que en la actualidad estamos en la era de la información y se acuña la conocida frase “information is power” (la información es poder). Empero, bien podría decirse que asistimos a la sociedad de la desinformación, en el momento en que tenemos un acceso facilitado a la información. No solamente los sistemas educativos suelen ser meramente memorísticos, dejando de formar la criticidad, la creatividad y la estimulación investigativa, sino que la Internet y las redes sociales, elementos que absorben casi la totalidad del tiempo de las generaciones más jóvenes, están plagadas de “fake news” (informaciones falsas) ligadas a cualquier tema imaginable.

Internet está lleno de ciberdelincuentes dedicados a estafar y perjudicar mediante aquello del “phishing” y la suplantación de identidad.

Y, sin ir más lejos, existe, quizás siempre lo ha hecho, una perversa tendencia de multitud de gente a hacerse eco de informaciones falsas o malintencionadas o perjudiciales o verdaderamente inútiles e innecesarias, que han dado lugar a vocablos elocuentes sobre prácticas cuestionables que desgraciadamente parecen a muchos divertir y entretener, por la superficialidad de sus espíritus, la vagancia, la envidia, otras carencias, como lo son el chisme, definido como “noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna”[2]; el cotilleo, que es “hablar de manera indiscreta o maliciosa sobre una persona o sus asuntos”[3]; o el rumor, “voz que corre entre el público”[4], y cuyas generales intenciones y consecuencias conocemos.

Todo esto sin importar el medio usado, sea el comentario de esquina o bar, o las redes sociales.

En consecuencia, es menester que todo cuanto oigamos o leamos sea asumido a beneficio de inventario, mediando nuestra sindéresis, puesto que no podemos siempre escapar a la escucha o lectura de este tipo de torcidas seudo informaciones. Ya la sabiduría popular nos ha prevenido de estas malas prácticas, con dichos o refranes como “A palabras necias oídos sordos”.

Y en caso de que sintamos la tentación de expresar algo que no supere los tres filtros socráticos, y teniendo en mente la ley de la atracción, recordemos también el refrán “En boca cerrada no entran moscas”.

Y en cuanto al tema de aquellos filtros, celebridades han manifestado: “No digas todo lo que piensas, pero piensa todo lo que digas” (Aristóteles), “Aquel que dice cuanto piensa, piensa muy poco lo que dice” (Mariano Aguiló), “No lo hagas si no conviene. No lo digas si no es verdad” (Marco Aurelio), “Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa” (André Maurois).

Apreciado lector, gracias a la palabra y a la buena intención que detrás de ella existe en el corazón de quienes integramos la comunidad de autores www.websmbook.com/autores/, al ofrecer nuestros artículos, podemos comunicarnos desde la verdad, la bondad y la utilidad, incluso frente al eventual, normal y enriquecedor desacuerdo que nos permite avanzar, pues es la intención de generar beneficio para todos lo que nos caracteriza.

Y por favor recuerda que con tus comentarios al final de cada artículo, tu también dispones de esta poderosa y fascinante herramienta de la palabra, para comunicarnos en provecho de esa comunidad, que no sólo es de autores, sino igualmente de lectores cuyo tiempo dedicado a leernos y ojalá a escribirnos en comentarios sus pareceres, vivencias e interpretaciones, ahora honro y agradezco.

Alberto Blanco-Uribe

8 Comentarios

  1. Ana

    El valor de la palabra, un arma capaz de mover el mundo, de sumar adeptos a una idea (no siempre buena).
    Excelente artículo

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    • alberto

      Gracias Ana, efectivamente es un arma mortal, pero también una herramienta constructiva de paz y entendimiento.

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  2. Sofía de Gamboa

    Excelente artículo. Concuerdo con las ideas expresadas por el autor.

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    • alberto

      Gracias Sofia, muy gentil por tu comentario. Saludos

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  3. Carmen Fernandez

    Un artículo sencillo y didáctico que deja una gran enseñanza: pensar en lo que se habla, antes de hablar. Que La cotilla y el rumor no son buenos, si lo que se quiere es transmitir verdad y confianza, en cualquier contenido. El autor, es un hombre muy estudioso y densamente experto, tanto como abogado y ahora como escritor. Alberto Blanco-Uribe Quintero, es referencia de una VenezVenezuela estudiosa y acusiosa.

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    • alberto

      Gracias Carmen por tu generoso comentario. Lo importante es la esencia del mensaje y su adopción en nuestro comportamiento cotidiano desde la plena consciencia. Saludos

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  4. Ivonne Blanco

    De acuerdo con Alberto, la palabra es poderosa, construye o destruye. Su importancia se deja ver hasta el la Biblia cuando se lee: Y el verbo se hizo carne.
    Saludos

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    • alberto

      Gracias Ivonne. Ciertamente. Y fue por medio de la palabra que la creación se produjo, acorde con la Biblia. De modo que la intención es la clave de su buen o mal uso. Saludos

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