Sé impecable con tus palabras

“Es fácil vivir con los ojos cerrados, interpretando mal todo lo que se ve…” (John Lennon).

Es extraordinario observar como los descubrimientos, las enseñanzas, los principios, los postulados, el conocimiento y hasta las reglas o mandatos de comportamiento, como planteamientos fundamentales de las diversas aproximaciones espirituales, suelen coincidir, letras más o letras menos.

Tanto en las filosofías humanistas, como en las diversas religiones, en nuestro concepto un poco más restrictivas en sus alcances o enfoques las segundas que las primeras, encontramos puntos básicos en común, que nos hacen concluir en la unidad del mundo espiritual. En ese sentido, tal y como si se tratara de la misma idea expresada en idiomas distintos, estas poderosas enseñanzas que ahora evocamos se manifiestan de diferentes maneras, pero con remarcable contenido esencial.

Realmente asistimos a un fenómeno cognoscitivo de carácter universal, que no deja de sorprendernos cuando, tras la lectura de textos o libros que estarían de buenas a primeras tenidos como totalmente ajenos o hasta impertinentes a temas tratados por otros, sistemáticamente nos tropezamos con pensares, sentires y hasta emociones similares. Y hay que advertir que no nos referimos únicamente a libros de filosofía o de religión, puesto que lo mismo apreciamos en cuanto a los de ciencia, por ejemplo, en el campo de la física cuántica, y también en los de literatura, novelas, cuentos, relatos, sin que escapen de ello otras realidades artísticas como lo son el cine, el teatro y la música.

Efectivamente, para el lector, el oyente y el observador crítico, advertido, consciente y creativo, que ha descubierto que la palabra “fin” al final de un libro o de una película, o la última nota en una canción, o la bajada del telón tras una obra, no significan una culminación o un término, sino por el contrario una puerta que conduce a la sabiduría humana universal.

Ejemplos de lo que afirmamos aquí son innumerables.

En estas líneas pretendemos a modo ilustrativo referirnos a esto con la ayuda de dos aproximaciones filosóficas aparentemente sin relación alguna entre ellas, como lo son el hinduismo yóguico surgido de los Yoga Sutras de Patanjali, de un lado, y el chamanismo precolombino mexicano surgido de la tradición tolteca, guardiana del conocimiento de Quetzacoatl, la serpiente emplumada, del otro lado.

Obviamente estas dos visiones del mundo cuentan con un contenido extremadamente amplio, que ameritaría de cientos o miles de páginas para agotar sus posibilidades. Por ello, en esta ocasión hemos decidido concretarnos a lo que se conoce como el primer acuerdo tolteca “Sé impecable con tus palabras”, según el libro intitulado “Los Cuatro Acuerdos. Un Libro de la Sabiduría Tolteca”, de Miguel Ruíz [1], y la presencia de esa enseñanza en los Yamas y Niyamas.

En este orden de ideas, tenemos que la palabra es el poder para crear, por lo que la Biblia alude a que al principio de todo sólo existía el verbo.

La ley de la atracción, cuya conceptualización como sabemos no proviene del hinduismo ni del chamanismo, y se encuentra bien estudiada en el libro “El Secreto”[2], observa que una energía emitida atraerá otra idéntica a ella. Recordemos que la realidad en la que vivimos los seres humanos se caracteriza por ser un flujo constante de energías que se manifiestan en vibraciones, y que las palabras en definitiva constituyen también vibraciones, que no son neutras.

Y decimos que no son neutras debido a que ellas van asociadas indisolublemente a la intención[3] que se genera cada vez que las pronunciamos, y en cuya energía van envueltas esas palabras, determinando lo que como resultado traerán a quien las emite. De esta forma, una actitud pesimista, derrotista, triste, etc., manifestada en una intención negativa, ineluctablemente generará del universo una respuesta o un resultado igualmente negativo. E igual, por lo contrario. Una intención positiva, vestida de palabras cónsonas o coherentes, producirá una vivencia enriquecedora o nutritiva en lo esencial.

Así, no es verdad aquello de que “las palabras se las lleva el viento”. Para nada. Causan siempre un efecto, y quien las dice es quien puede atraer para sí el bienestar o el malestar. Una vez que las palabras surgen, ya no podemos retirarlas de la realidad y debemos asumir las consecuencias, o disfrutar la buena cosecha. Por tanto, más vale pensar antes de hablar (o escribir), y tener plena consciencia acerca de las emociones y anhelos que nos embargan, de modo de precisar nuestra intención, y si no es positiva, lo conducente es no decirlas.

En un vistazo a la filosofía de la antigüedad clásica, romana y griega, tenemos que Marco Aurelio afirmaba: “si no es verdad no lo digas”. Y Sócrates nos planteaba los tres filtros del hablar: cuando quieras decir algo, ante todo asegúrate de que sea verdad, de inmediato verifica si decirlo es bueno (la bondad), y, por último, será menester que sea necesario decirlo.

En la misma línea, Buda fue contundente con el precepto de no mentir: “Quien no siente vergüenza al decir una mentira deliberada, tiene tanto de contemplativo como este cuenco vacío”.

Y desde la perspectiva de la pulcritud de la palabra, es notable lo expresado por el connotado intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri, en su ensayo “La Lengua Sucia”[4]: «La palabrota que ensucia la lengua termina por ensuciar el espíritu. Quien habla como un patán, terminará por pensar como un patán y por obrar como un patán. Hay una estrecha e indisoluble relación entre la palabra, el pensamiento y la acción. No se puede pensar limpiamente, ni ejecutar con honradez lo que se expresa en los peores términos soeces«, y concluye: “Es la palabra lo que crea el clima del pensamiento y las condiciones de la acción«.

Gran cierre para una lúcida descripción de las consecuencias del deterioro de un patrimonio cultural común, como lo es la lengua, la palabra, que no ha hecho sino agravarse con el transcurrir del tiempo ante la indiferencia cómplice de todos.

Ahora bien, para entrar ya en el detalle de nuestro enfoque yóguico-tolteca, tenemos que según Miguel Ruíz, este primer acuerdo de ser impecable con la palabra, es el más importante, y el más sencillo y a la vez el más difícil de cumplir, sobre todo estando en una sociedad que cultiva las informaciones falsas, la mentira, el chisme y la publicidad y la propaganda manipuladora.

¿Podemos imaginar una sociedad en la que sus integrantes hagan un buen uso, un uso constructivo y fraternal de las palabras? ¿Una sociedad en la que nuestras palabras sean impecables? Claro que podemos imaginarla, pero lo mejor es que podemos crearla. Todo está al alcance de nuestras cuerdas vocales y nuestro corazón.

Trabajemos el desapego y liberémonos del ego. Veamos lo que al respecto nos dice Miguel Ruíz: “Ser impecable con tus palabras es no utilizarlas contra ti mismo. Si te veo en la calle y te llamo estúpido, puede parecer que utilizo esa palabra contra ti, pero en realidad la utilizo contra mí mismo, porque tú me odiarás por ello y tu odio no será bueno para mí. Por lo tanto, si me enfurezco y con mis palabras te envío todo mi veneno emocional, las estoy utilizando en mi contra. Si me amo a mí mismo, expresaré ese amor en mis relaciones contigo y seré impecable con mis palabras, porque la acción provoca una reacción semejante. Si te amo, tú me amarás. Si te insultó, me insultarás. Si siento gratitud por ti, tú la sentirás por mí. Si soy egoísta contigo, tú lo serás conmigo…”.

Y en los Yoga Sutras de Patanjali encontramos en primer lugar los Yamas, que como sabemos son un código de conducta moral que el yogui debe seguir en sus relaciones con los demás, dentro de los cuales por su pertinencia directa con nuestro tema aludiremos a tres de ellos.

En primer lugar, Ahimsa[5], la no violencia, nos invita a ser pacíficos, a no actuar con violencia o agresividad, incluso de palabra, en contra de los demás. Si te percatas de que estás sintiendo una emoción negativa hacia alguien, que te induce a ofenderla, simplemente acepta esa emoción en tu interior, trabájala y supérala.

En segundo lugar, Satya, no mentir, requiere que seamos verdaderos, sinceros, auténticos y sin falsedades, honestos, de manera de obrar y hablar desde la verdad, pero sin buscar herir al otro.

Y, en tercer lugar, Asteya, no robar, que no se aplica solamente a bienes ajenos, sino también al tiempo de los demás, por ejemplo, al contarles asuntos que no son ciertos, buenos ni útiles o necesarios.

Por lo que respecta a los Niyamas, que vendrían siendo el código de conducta moral que el yogui ha de seguir para consigo mismo, haremos referencia solamente a tres.

Shaucha, que no es otra cosa que la pureza y la higiene que debemos procurarnos tanto en cuanto al cuerpo, como también al hablar.

Santosha, que es la satisfacción interior derivada del actuar y del hablar correcto.

Y Svadhyaya, que es el estudio constante de nosotros mismos, la introspección, la autoreflexión sobre nuestro hacer y hablar.

Finalmente, en cuanto a la filosofía yóguica, tengamos presente que el Dharma, dentro del Karma Yoga, nos impulsa, con desapego a los resultados, a intentar siempre la acción justa y debida, lo que incluye el uso de la palabra.

Querido lector, como un consejo para ayudarnos a construir un mundo mejor, sé impecable con tus palabras, al hablar con tus amigos, familiares, conocidos y desconocidos por igual, al escribir mensajes, artículos, opiniones, consultas, libros, e incluso publicaciones en redes sociales.

Que tu palabra te preceda e invite a sonreír y ofrecer la bienvenida.

Alberto Blanco-Uribe

8 Comentarios

  1. Mariela

    Impecable escrito como todos los de Alberto. Siempre invitándonos a crecer en consciencia y entregándonos herramientas para nuestro camino. Gracias por tu luz y tu palabra.

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  2. Alberto

    Gracias Mariela. Ese es el objetivo. Gratitud hacia ti, tu luz y tu generosidad

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  3. Sabino

    Excelente artículo mi estimado amigo. Recordé al leerte a un autor: Don Gossett y sus libros sobre el Poder de las Palabras o Lo que dices lo recibes etc..claro que escritos desde un punto de vista religioso(evangélico)…gracias por compartirlo.

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    • Alberto

      Muy buen aporte Sabino; siempre se enriquecen las fuentes de la reflexion. Gracias

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  4. José p. barnola jr.

    Excelente maestro, como nos tienes acostumbrados. Siempre he pensado que el verbo es el hombre. En la medida en que usemos palabras de altura, seremos mujeres y hombres de bien. Y viceversa. Abrazos, JP

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    • Alberto

      Asi es pupilo y gracias. La palabra, el verbo, es directamente proporcional a nuestro buen o mal vivir. Un abrazo

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  5. Fabiola Mendoza

    Me encantó, profe!
    Somos y manifestamos lo que llevamos dentro. Si exprimimos una naranja no podemos sacar jugo de manzana, en palabras simples. Que nuestro verbo sea para admirar, destacar positivamente, embellecer y reconocer, sino que prive el silencio.

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  6. alberto

    Cierto Fabiola, gracias. Aunque debemos tener cuidado con los silencios elocuentes, esos que dicen mas que las palabras. Un abrazo

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