El gran filósofo griego Sócrates es conocido, entre otras muchas cosas, por haber expresado, en una ocasión, la famosa frase “yo solo se que nada se”.
En verdad se trata de un gesto de clara humildad, frente a la realidad de la inconmensurable magnitud del conocimiento y sobre todo de la sabiduría, que es perceptible por aquellos que como él han estudiado en profundidad la fenomenología humana y natural, percatándose de que mientras más se aprende menos se sabe, si lo comparamos con lo que resta por saber y lo que jamás (al menos en esta vida) sabremos.
Un excelente pensador que contribuyó en buena medida a mi crianza, un día me preguntó “¿sabes dónde está Dios?”, y antes de que yo respondiese con el habitual “en todas partes”, me explicó que los verdaderos científicos no niegan su existencia, pues reconocen los límites de la ciencia. Por ello afirmó que Dios se encuentra mas allá del punto máximo al cual llega la mirada de la humanidad, a través del mas potente de los telescopios. Justamente en ese punto sobre cuyo campo infinito no sabemos nada.
Quizas los científicos que más se han acercado a la verdad, a la sabiduría, son aquellos que se han percatado de que todo es energía, de que la materia, en tanto nuestro concepto de tal, no existe, pues todo se reduce a vibraciones de diversas frecuencias, de lo que surge la apariencia de lo sólido, lo líquido y lo gaseoso.
Ya el genial Albert Einstein había concluido que todo es energía. Que todo cuanto existe está compuesto de átomos y de moléculas que constantemente oscilan, generando vibraciones que se miden en fecuencias. Incluso llegó a afirmar la existencia de ondas gravitacionales originarias del ultraespacio tiempo, conocidas como « el sonido del universo », que recientemente fueron detectadas por primera vez, gracias a modernos y muy poderosos telescopios[1].
Así, la energía es nuestra verdadera realidad, esencia y naturaleza. Otra cosa no es el prana de la filosofía hinduista ni el qi de la medicina tradicional china. Esa energía de la que solemos inconscientemente desconectarnos, perdiendo la vinculación a nuestro campo mórfico, lo que está al origen de las enfermedades, tanto las físicas, como las mentales y emocionales, como la angustia, la opresión, el estrés, que destruyen nuestra calidad de vida, nuestro bienestar y nuestra paz interior.
La materia no existe, todo es energía, y la energía nunca se destruye, siempre se transforma. Estos son desde principios del Siglo XX, los postulados de la denominada física cuántica, que estudia las interacciones entre las partículas a niveles atómico y subatómico. La esencia, el “quantum”.
Pues bien, todo esto lo hemos descubierto gracias a algo muy importante para poder avanzar en el conocimiento de cualquier cosa. Se trata del pensar socrático, es decir, del darse cuenta y aceptar que no sabemos nada, de manera de liberarnos de prejuicios y de estructuras conceptuales preestablecidas, que ocupan espacio en nuestro cerebro.
De todo es sabido que para llenar un vaso de un líquido debes primero vaciarlo, pues de lo contrario beberás siempre lo mismo y no habrá lugar para nuevos sabores.
Y es alli donde llega la idea de “shoshin”. Este pensar nos viene del budismo zen, y se traduce literalmente como “mente de principiante” o “espiritu de principiante”.
El principiante es por definición alguien que no sabe nada o no sabe mucho o tiene muy poca experiencia en cuanto concierne a algo para él nuevo, en lo que se propone desarrollarse.
Para ello, para poder entonces aprender, ha de asumir una actitud de total apertura frente a lo novedoso, incluyendo lo inesperado. Sin perder su capacidad de asombro frente a lo que va descubriendo, se sumerge en un proceso personal caracterizado por la criticidad, la creatividad, la dicha, el entusiasmo.
El maestro zen Shunryu Suzuki afirma que “en la mente del principante hay muchas posibilidades, en la mente del experto hay pocas”.
Si se quiere, se trata de otra posibilidad de dejar salir el niño que llevamos dentro, ese que desde el nacimiento se dispuso en observador, cuestionador, explorador de todo, incluso de lo ya observado, cuestionado, explorado, siempre desde el disfrute del descubrir.
Entendamos que, si partimos del presupuesto de que ya sabemos algo, o de que incluso lo sabemos muy bien, gozamos de gran experticia, etc., no somos nosotros los que estamos obrando, al menos no lo es nuestro verdadero yo, nuestro yo esencial, sino el ego, nuevamente gastándonos una mala jugada, pues el perjudicado somos nosotros mismos, al privarnos de la posibilidad de ver las cosas desde otras perspectivas, abriendo espacio para nuevos conocimientos.
Decir, por ejemplo, yo no creo en la homeopatía, o en la acupuntura, o en el ayúrveda, o en cualquier otra técnica energética, bajo el pretexto de que se trata de mero placebo, y que solo la ciencia detrás de la alopatía y la química puede curar, autoexcluyéndonos de la posibilidad de conocer y aprehender otros mundos posibles, solo nos perjudica a nostros mismos. Por supuesto que hace falta tener una intención declarada de obtener un beneficio, pues si se acude bajo la idea de que no servirá, pues no servirá, toda vez que el espíritu, la mente, tienen su espacio atiborrado de esos preconceptos, no dando lugar a otras cosas. Esto es aplicable a todo tema.
Hace falta entonces esa ingenuidad, esperanza e intuicion, de la que disponen los niños, y que lamentablemente vamos perdiendo cuando en la confusión del crecimiento vamos dejando de lado nuestra esencia, y hacemos que se instale el ego, con sus inconfesables temores.
La vida no es un repetitivo devenir, es una maravillosa aventura cambiante y enriquecedora. Solo el ego desea permanecer en su prejuiciosa zona de confort, rodeado de sus falsas o al menos insuficientes verdades.
Finalizo con un ejemplo concreto de una de mis vivencias.
Me encontraba preparándome para una evaluación acerca de aspectos diversos de cierta práctica de yoga. Ello sería en pocos días, y la verdad es que me encontraba muy nervioso, y temía olvidar la estructura de la clase, los textos acompañantes de los movimientos, posturas, respiraciones, etc. Además, sería frente a un jurado integrado por maestros, instructores y pares.
Estaba yo entonces actuando desde mi ego, empecinado en mostrar “todo lo que sabía” y exactamente “como debía saberlo”. Tenía que demostrar mi dominio cognoscitivo, mi experticia en la transmisión de los conocimientos aprehendidos… En definitiva, mi ego tenía la necesidad de “quedar bien” e incluso de “quedar muy bien”. Por ello, se plagó de miedos e inseguridades que hacían que a cada ensayo cometiese errores e incurriese en omisiones. Estaba entonces sufriendo.
Fue allí cuando gracias a una lectura y posterior explicación me topé con la metodología conocida como “shoshin”, el espíritu del principiante.
Me dije que los aspectos conceptuales estaban integrados realmente en mi interior y me formulé la intención de lograr aprobar la evaluación, visualizándome recibiendo incluso la felicitación de los profesores, con sugerencias para mi mejoría desde el amor compasivo.
Quité de mi cerebro todos esos miedos y anhelos egocéntricos de pretendida perfección, e igualmente aquella idea de que un profesor de décadas, como yo, tenía todas las herramientas y claves paea salir bien. Dejé obrar mi intuición de que desde el corazón yo me identificaba a este saber nuevo que sería evaluado. Y ese espacio así vaciado se llenó de serenidad, sintiendo que todo estaba integrado en mí.
El día de la evaluación, cuando hacía ya tiempo que había dejado de martirizarme con el esfuerzo memorístico y repetitivo (nada benevolente para conmigo mismo), pasé al centro del círculo y, tras un respirar profundo, simplemente dejé que mis movimientos y palabras fluyeran con naturalidad, y todo salió bien.
Se que el espacio es poco para hablar de este apasionante tema, pero también que es suficiente para sembrar la inquietud de reflexionarlo, experimentarlo y sentirlo. Digamos que está muy relacionado con la plena conciencia, con el estar realmente aquí y ahora, de cuerpo y mente enteros anclados en el instante presente.
Para terminar, solo debemos asumir que, incluso llegando a ser un conocedor “avanzado” en el campo que sea, es posible y recomendable mantener el espíritu del principiante.
El “shoshin”, debe concebirse como una actitud de apertura de vida permenente, plena de humildad, y curiosidad.
Como profesor de yoga, que es mi caso, me veo frecuentemente en la necesidad de desarrollar prácticas repetitivas. La única forma de que mi quehacer no se vuelva mecánico o automático, perdiendo su esencia genuina, es manteniendo el espíritu del principiante.
De esa forma, puedo repetir idénticas instrucciones de posturas, movimientos, respiraciones, e incluso guiar meditaciones y relajaciones, una y otra vez, clase tras clase, atento a mis sensaciones, a mis emociones, a mi vivencia del momento presente, con la misma naturalidad, humildad, espontaneidad, dedicacion, amor y vocacion de servicio, de siempre.
No dejes de sentir y actuar como un verdadero principiante.
Nadie aprende, experimenta, y prueba como un bebe. Nada conoce, todo lo asombra, y todo lo intenta, sin aprioris ni vergüenza.
Cuando mi segundo bebé estuvo en el hospital, todo el mundo quería que no llevará a su hermano a conocerlo. «Un hospital, lo va a asustar todos los cables, alarmas etc….». Finalmente me alegra haberlo llevado, con la ligereza de un niño hizo conocimiento de su hermano, sonrió, le dio normalidad a un ambiente nada normal.
Fue el único en entrar en esa habitación y ver el bebé como un bebe y no las máquinas, alarmas, cables, y posibles consecuencias de todo ello.
Los niños no tienen predisposiciones, y están dispuestos a descubrir todo desde el asombro.
Tienes toda la razon, y lograste asi generar gran conocimiento du su hermano menor, mas alla de los prejuicios de los adultos. Gran experiencia de vida…y de aprendizaje, desde el corazon limpio. El asombro de todo, todo el tiempo
El mundo debe ser vivido desde nuestra intuición dejándonos llevar por nuestras sensaciones y no desde nuestro deber ser nuestras exigencias dejar fluir la libertad los deseos con naturalidad
Has dicho las tres claves del tema: la intuición que nos guía, la libertad que simplemente se vive, y la naturalidad que nos acerca a nuestro verdadero yo. Gracias Silvia.
Hace unos meses un maestro de Kyokushin usó esa palabra: “Shoshin”, cuando me negué a recibir una cinta avanzada en ese estilo, y preferir mi cinturón blanco, aunque ya soy avanzado en otro estilo de Karate japonés.
Le expliqué que yo quería atravesar el proceso de aprender estas cosas aún a pesar de que ya tenía cierta experiencia, porque era un estilo diferente. Allí el maestro mencionó esa palabra: “Shoshin” para referirme a lo que le decía.
En lo personal, mantener la fascinación del niño, como dices, la curiosidad y la sorpresa, y esa expectativa de aprender y entender que no lo sabemos todo y necesitamos ser enseñados, me ha permitido avanzar, crecer y tener muchas satisfacciones.
Disfruté la lectura aún cuando no comulgo con todos los conceptos, fue interesante y aleccionadora. Muchas gracias Alberto.
Gracias Fares, has no solo comprendido intelectualmente el significado de «Shoshin», sino que lo has vivenciado desde la naturalidad y la espontáneidad. Es una gracia bendita que tu niño esté y se haga presente. Valoro tus palabras.