¿Todo el Mundo? ¿Nadie?
Cuando aún no había viajado al exterior de mi país, al menos no para encerrarme en un resort u hotel digamos “culturalmente standard”, me resultaba muy común escuchar al conversar con alguien, e incluso emplear yo mismo, expresiones tales como: “todo el mundo haría esto” o “a nadie se le ocurriría tal cosa”.
Pareciera entonces que nos afecta una suerte de “miopía mental”, claramente excluyente, que nos permite ver solamente aquellos hábitos, pensares, tradiciones, costumbres, modos o actuares que nos son familiares o habituales.
Las gríngolas que nosotros mismos nos colocamos, con la complicidad de los padres, las familias, los amigos, los profesores, los maestros y hasta los medios de comunicación social (incluidas las muy selectivas redes sociales), afectan nuestra visión periférica o panorámica, tanto física como intelectual.
Este actuar a más de las veces inconsciente y hasta mecánico o automático, limita nuestra capacidad de observación, con la particularidad de cegarnos frente a lo distinto.
Muchas veces existe un no reconocido ni aceptado temor frente a lo diverso, a lo inesperado, y hasta a lo opuesto, que por supuesto esconde una sensación de inseguridad generada por la incerteza acerca del actuar del otro.
Entonces buscamos ingenuamente dar mas peso a nuestras creencias y consideraciones, argumentando que tal cosa esta bien hecha o es buena “porque todo el mundo actuaria o reaccionaria de ese modo”, o que tal otra resulta cuestionable, mala e inaceptable “porque nadie en su sano juicio obraría así”.
Lo curioso o lo paradójico de todo esto, es que en la sabiduría popular se encuentran enseñanzas como aquellas que afirman que “dos cabezas piensan mejor que una”, que “cuatro ojos ven mejor que dos” o incluso que “todo depende del cristal con que se mire”, admitiendo entonces que existen y son válidos los puntos de vista o perspectivas distintas, tanto las contrarias como las contradictorias.
Sin embargo, en nuestra jerga cotidiana nos aferramos a eso de que “todo el mundo” o aquello de que “nadie”.
Quizás lo apropiado sea contextualizar o delimitar, en el sentido de que ese “todo el mundo” alude apenas solamente a la gente de nuestra comunidad, ni siquiera a la gente de nuestro país, pues las diferencias regionales y locales en los hábitos cotidianos son remarcables; y de que ese “nadie”, igualmente, se concreta al ínfimo espacio de nuestra comunidad.
En consecuencia, tengamos claro al espíritu que, no obstante que se pretenda, sobre todo motivado ello a los prejuicios y al desconocimiento, que esas ideas de “todo el mundo” y “nadie” pudiesen referirse a la humanidad, nada más lejano a la realidad, puesto que afortunadamente (y a pesar de los intentos totalitaristas), la humanidad es megadiversa en todos los ámbitos.
De hecho, dentro de los derechos humanos culturales se incluyen dos que son el derecho a la identidad cultural, que nos permite afirmarnos y reafirmarnos dentro de los aspectos culturales (lingüísticos, religiosos, filosóficos, culinarios, etc.) que nos son propios dentro de una comunidad; y el derecho a la diversidad cultural, que nos lleva al reconocimiento de la existencia de distintas y múltiples manifestaciones culturales en el planeta, que merecen nuestro respeto y valorización, por ser aspectos de la dignidad humana. Solo la observancia de estos elementos es capaz de garantizar la paz.
Así, pues, no existe un “todo el mundo”, sino una pluralidad de mundos diferentes que se caracterizan precisamente por pensar, concebir y hacer las cosas de otras maneras, como tampoco existe un “nadie”, pues en cualquier sitio, y no pocas veces más cerca de lo que creemos, habrá alguien con otras convicciones.
Y es esto lo que hace importante, interesante y trascendente la idea de humanidad: el hecho de estar compuesta por “mundos y más mundos”, y de no tener espacio para el “nadie” (al menos en cuanto a lo absoluto).
Desde el anecdotario, les cuento que fue justamente cuando la vida me dio la maravillosa oportunidad de viajar al exterior del país, primero a hacer mis estudios y décadas después para vivir, que me di cuenta de que, frente a los hechos cotidianos, al querer opinar con un “todo el mundo…”, las palabras no me salían de la boca, confrontado como estaba y estoy con una realidad que me mostraba y me reitera lo insignificante y falsa de mi pretendida supuesta universalidad conceptual de los hábitos.
Y lo mismo me ocurrió y me ocurre, al querer hacer uso de un categórico “nadie”, desvanecido ante la diversidad.
Concretamente, para emplear ejemplos sencillos y muy gráficos, en una ocasión alguien me propuso comer un platillo consistente en atún al chocolate, y yo dije “insólito, jamás visto, nunca imaginado, nadie mezclaría pescado con chocolate”. Y entonces me explicaron que era una delicia de la gastronomía catalana, ofrecida por una reputada chef, en un restaurant en Venezuela, acepté el reto, y mi paladar muy satisfecho y complacido agradeció a mis ojos y mente abrirse a lo distinto. De hecho, tiempo después en Cataluña pude degustar también sus versiones de carne al chocolate.
Y no solamente sería presuntuoso afirmar que “a todo el mundo le va a gustar este artículo”, primero porque evidentemente no todo el mundo lo va a leer, y segundo y más importante todavía, porque no todo el mundo (que lo lea) estará de acuerdo con su contenido.
De esta manera, quizás resultaría más compasivo, grato y amable (¿para todos? jejeje) abordar el tema desde la aceptación de la relatividad, y de esa forma ser más humildes en nuestras comunicaciones interpersonales, evitando el uso de esas expresiones que, en definitiva, vienen marcadas por la preponderancia del ego en el discurso.
Trabajemos entonces el desapego. Aceptemos al otro y la existencia del otro, con sus propias convicciones, comportamientos y hábitos, como aquel de comer con las manos o con palitos, en determinadas culturas. Y no, efectivamente no todo el mundo come con cubiertos ni platos.
No es que no se deban usar en absoluto esas expresiones. De lo que se trata es de adjudicarles la verdadera y muy reducida dimensión que les corresponde. Por ejemplo, en una fiesta el anfitrión podría válidamente preguntar “¿todo el mundo desea pastel?”, porque obviamente ese “todo el mundo” se entiende reducido al universo de los allí presentes. Del mismo modo podría responder a un invitado que desea que alguien lo lleve de vuelta a su casa, “no creo, pues nadie viene de esa zona de la ciudad”.
Como vemos, hasta en particularidades pequeñas del lenguaje el ego se hace presente. Nuestro competitivo falso yo, que pretende desplegar un discurso desde lo bueno y lo aceptable, desde su auto consideración como “ombligo del mundo”, para tratar de obtener estima y hasta obediencia.
Nada más alejado de lo que conocemos en el Yoga de la Acción o Karma Yoga, como el Dharma, o vocación permanente de hacer solo aquello que sea justo y debido. Aquello que preste o rinda servicio al otro.
Y solo la plena consciencia sobre nuestro actuar (y hablar) nos puede permitir, con un espíritu autocrítico, pero sin juzgarnos, sino con amor compasivo o Karuna, corregirnos de modo que aprendamos a ser tolerantes, extraigamos de nuestro hablar expresiones que puedan esconder prejuicios o implicar situaciones de violencia contra otros, por inocentes o inocuas que puedan parecer, o que sean susceptibles de generar la exclusión de otros.
En este orden de ideas, el yogui sigue los preceptos de Yamas de los Yoga Sutras de Patanjali, concretamente Ahimsa, que es la no violencia, incluso en el hablar, y obviamente Satya, que nos inquiere para decir la verdad, ser honestos y sinceros al opinar.
De esta forma, estimado lector, desde el precepto de Niyama que conlleva al estudio de sí mismo, que es Svadhyaya, te invito a que hagas un pequeño ejercicio de observación sobre tu forma de hablar, y de ese modo puedas descubrir si al usar esas expresiones lo haces en sus respetivos contextos limitados, o si por el contrario incurres en alguna de esas circunstancias, que podrían de suyo, si eres madre, padre o educador, privar a niños, niñas y adolescentes de su derecho a estar informados de todo cuanto les incumba, notablemente acerca de sus cuestionamientos sobre lo que esté bien o mal, o sobre cómo se deben hacer o no ciertas cosas, desde temas de cocina y vestimenta, hasta cosmovisiones y concepciones de vida.
Y que tus intervenciones al conversar con colegas y amigos ciertamente les enriquezcan en sus necesidades de forjarse criterio, cuando te consulten o les desees aconsejar: “aquí todo el mundo hace así, pero allá, más allá y acullá nadie lo haría de esa manera, sino de estas otras”.
Agradecido por tu lectura.
Me encantó. Tendemos a generalizar y se nos olvida lo rico de lo diverso, de lo específico.
Gracias Diego, en efecto en la diversidad esta la riqueza. Un abrazo
Gracias, querido Alberto. Me has hecho reflexionar y estoy totalmente de acuerdo. Esto podría ayudarnos mucho a entendernos mejor los unos a los otros.
Gracias Lilo, de eso se trata, de intentar de buena fe entendernos mejor y con respeto. Un abrazo
En lo diverso esta la gracia de la vida. Me encantó.
Gracias Yomy, esa es la idea. Un mosaico. Saludos
Excelente me gusto mucho
Gracias Pedro, me alegra
Excelente!!!siempre había oído que «generalizar es de tontos» y no entendía el porqué.
Se nos enseña,desde un punto de vista científico, a generalizar un resultado de una hipótesis concreta realizada sobre un determinado número de personas y por eso tendemos a creer que todo funcionaria igual.Gracias a Dios somos diversos y eso nos hace interesante y no aburridos
Excelente apreciación Sabino. Es algo que salta a la vista, pero cómo nos cuesta verlo. Realmente que fastidioso seria que todos pensáramos y reaccionáramos igual, uy, ya me aburre la idea jajaja. Gracias