Escrito por Carolina Carbonell
enero 20, 2021
Akenatón, el faraón monoteísta
En esta tercera y última parte sobre “Akenatón, el faraón monoteísta” (aquí te dejo las dos primeras: “Parte 1” y “Parte 2”) , voy a contarte la revolución que hizo en el arte. También te contaré sobre la singularidad del cuerpo de Akenatón y sus posibles padecimientos. Y finalmente, te contaré las teorías que giran en torno a él, y lo relaciona con el judaísmo.
Un cambio rotundo y llamativo que Akenatón realizó durante su reinado tuvo que ver con el arte, a la que se llamó el “arte de la ternura”. Entre las obras encontradas hay una estela doméstica grabada en relieve, representa a Akenatón y Nefertiti con tres de sus hijas. El rey alza a Meritatón para besarla mientras ella le acaricia la mejilla. En otro pedazo de estela se muestra la intimidad y la vida de la familia real. Aquí la reina en la falda de su esposo, él mismo sentado en el trono mientras que dos de las hijas mayores se suben sobre ellos.
Hay una escultura del funeral de una de sus hijas donde pueden verse las lágrimas de Akenatón talladas en su rostro. Esta representación era inédita para un faraón, pues las imágenes de los faraones que se realizaban, generalmente, eran en batallas, y jamás mostraban vulnerabilidad. Nunca se encontró ningún indicio que Akenatón haya partido en campaña militar, a la manera de sus predecesores.
El arte plasmó la imagen de una familia real atípica, representada en escenas de la vida cotidiana. Durante los reinados anteriores, las formas en que el rey fue representado reflejaban la concepción vigente acerca de la naturaleza del estado. En cambio, bajo Akenatón, el rey es representado sólo como hombre. El arte amarniano fue el reflejo de la política real, al destacar la imagen de un dios y de un rey más humanos.
La representación del mismo Akenatón (enlace) resultó llamativa, y se empezó a especular que pudo haber tenido distintos padecimientos. Entre los posibles trastornos, sugirieron el Síndrome de Marfan, lipodistrofia muscular, y acromegalia. Incluso se llegó a teorizar que era andrógino, pues no se distinguía claramente si era hombre o mujer.
Akenatón murió en el año dieciocho de su reinado, y es altamente probable que fuera enterrado en la tumba que él mismo se hizo construir en la necrópolis de Aketatón. Sin embargo, su cuerpo, jamás sería encontrado. Cabe la posibilidad de que un airado furor iconoclasta promovido por la competencia borrara cualquier vestigio sobre su obra y restos mortales. Nadie a día de hoy ha podido conjeturar una hipótesis sostenible sobre los últimos días de este enigmático faraón.
Entre tantas teorías que se hicieron en torno a este faraón monoteísta, y buscando hallar evidencias del mundo bíblico, los hermanos judíos Roger y Messod Sabbah postularon que Akenatón podría haber sido Abraham. Moisés, para los hermanos Sabbah, habría sido Ramsés I. Este tipo de especulaciones surgen al no haber encontrado, en las ruinas egipcias, ninguna evidencia del supuesto cautiverio hebreo en Egipto.
Los investigadores y científicos prácticamente no disponen de evidencia para corroborar o sustentar lo narrado en el libro del Éxodo. Éste constituye una narración de carácter religioso y cultural, un legendario mito fundacional, en el que los eventos relatados no deben ser interpretados como hechos reales. Aun así, la posible historicidad del evento ha dado lugar a diferentes teorías especulativas. Una de ellas, por ejemplo, sostiene que los hebreos no habrían sido dejados en libertad sino que habrían sido expulsados de Egipto. Según esta teoría, el tema en cuestión se encontraría ligado a la expulsión de los hicsos, evento descrito en la literatura egipcia.
La situación se complica además debido a que la tradición hebrea ha sido inicialmente y durante varios siglos una tradición de corte oral. Por el momento sólo se conocen documentos escritos que datan del siglo VIII a. C.
Hay quienes a su vez suponen que el éxodo pudo haber tenido lugar en tiempos de Akenatón. Entre ellos se destaca Sigmund Freud, quien expresa tal convicción en su obra Moisés y el monoteísmo (1934-1939). Freud sostiene que la conexión monoteísta entre Akenatón y Moisés es sugerente y bien podría constituir una solución para el enigma que emana del libro del Éxodo. Por otro lado, el historiador egipcio del siglo II a.C.. Manetón, narra la historia de un sacerdote egipcio renegado llamado Osarseph. Manetón informa de unos acontecimientos ocurridos en Egipto durante el periodo de la XVIII dinastía que tienen un claro paralelismo con la narración que podemos leer en el libro bíblico del Éxodo. Manetón cuenta la historia de la rebelión de Osarseph contra el faraón Amenofis, el histórico Sethi I, y nos dice que ese Osarseph es el Moisés de la Biblia. Lo que colocaría la infancia de Moisés en el reinado de Akenatón. (Manetón, la XVIII dinastía y el Éxodo – Oscar David Calle Mesa).
Aquí viene mi teoría: Suponiendo que Osarseph es Moisés, éste podría haber usado la creencia de Akenatón para fundar el judaísmo, aunque, claramente, el Dios de Akenatón es totalmente diferente al dios de Moisés. Incluso, el Dios de Akenatón se parece más al Dios Padre de Jesús.
Akenatón y Moisés fundaron una religión monoteísta, pero el Dios de Akenatón es un Dios de la luz, del día; el dios de Moisés es un dios de tinieblas. El Dios de Akenatón es de igualdad; el de Moisés es de jerarquía; el de Akenatón es de inclusión; el de Moisés excluye. Por lo que Moisés sólo pudo haberse apropiado del concepto de monoteísmo, pero no es el mismo Dios, con lo cual se demuestra que Freud se equivocó.
Moisés narró la historia del Génesis y del Éxodo, y la misma no puede ser tomada como histórica y real. Bajo este contexto, me atrevo a suponer que la historia de Akenatón tiene su paralelo con el Patriarca José. El Patriarca José fue corregente de un faraón cuyo reinado fue muy próspero; al igual que Akenatón fue corregente de su supuesto padre Amenofis III.
El cuerpo de Akenatón nunca fue encontrado, y como te conté, él era un ser físicamente único, con lo cual hallar su cuerpo es fundamental. Ahora bien, Moisés, antes de emprender el éxodo, se llevó los huesos del Patriarca José (Éx 13,17-19). Por lo tanto, al exhumar los huesos del Patriarca podría saberse la verdadera nacionalidad del Patriarca, el tiempo de su reinado, y si fue o no Akenatón. Con toda esta verdad sepultada, no es ilógico que acontezca que la tumba de José es causa de conflicto, asedio y atentados permanentes.
Hans-Martin Schenke, a partir de un análisis de Juan 4,4-6, en el que Jesús se encuentra con una mujer samaritana en la ciudad de Sicar, hizo un extenso análisis de las fuentes antiguas, junto con un examen del sitio. La curiosidad del texto del Evangelio para los eruditos radica en la mención de una ciudad no atendida en el campo, y el fracaso del texto para referirse a la “Tumba de José”, a pesar de mencionar el campo que Jacob asignó a José, y el pozo de Jacob. Desde el punto de vista de Schenke, desde el comienzo del período helenístico hasta el siglo I d.C. cuando presumiblemente Juan, el autor del evangelio, estaba escribiéndolo, la tumba que conmemoraba a José estaba junto al pozo de Jacob.
La investigación de Schenke llamó mi atención porque está basada en el Misterioso Evangelio de Juan. Al mismo tiempo, este Evangelio es el que nos devela que Jesús es descendiente del Patriarca José (enlace). Siendo, además, un Evangelio que nos habla de un Dios inmanente, total, de luz, de inclusión, de Amor (enlace). Por lo tanto, la tan anhelada VERDAD detrás de toda una tradición religiosa se encuentra al alcance de unos “huesos”.
Carolina Carbonell
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