Asana es actitud

Al oír hablar de Yoga, especialmente de Hatha Yoga u otras formas de Yoga que incluyen la realización de posturas estáticas o secuencias dinámicas de ellas, muchas personas estiman que no es para ellas, debido a considerarse imposibilitadas, por ejemplo, en virtud de la edad, de alguna dolencia física, de ser inexpertas o estar “oxidadas”. Este último calificativo se lo atribuyen aquellas personas con reducida flexibilidad, ligereza, fuerza, resistencia o equilibrio.

Así, su reacción frente a una invitación a participar en una clase de Yoga suele ser rechazada, casi en los mismos términos que si a alguien sin experiencia o sin preparación se le propusiese entrar en un partido de fútbol, en una carrera de los 100 metros planos, hacer 25 piscinas en estilo libre o en un concurso de baile.

En otras palabras, es común que la parte física del Yoga se asimile a una actividad deportiva, en consecuencia, no apta para bastante gente.

Empero, las dos buenas noticias son que el Yoga no es un deporte y que es una práctica accesible a todas las personas. Veamos:

Acorde con la Real Academia de la Lengua Española, deporte[1] es una “Actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas”.

De hecho, la misma fuente nos dice, en relación con el Yoga[2], que es un “Conjunto de disciplinas físico-mentales originales de la India, destinadas a conseguir la perfección espiritual y la unión con lo absoluto”, o también, que es un “Conjunto de las prácticas modernas derivadas del yoga hindú y dirigidas a obtener mayor eficacia en el dominio del cuerpo y la concentración anímica”.

En este orden de ideas, observamos que el Yoga no puede ser un deporte, en primer lugar, por cuanto excluye totalmente la idea de competición, que presupone resultados de ganadores y perdedores, teniendo la vista hacia el exterior, estando pendiente del desempeño de los demás, para buscar superarles o vencerles, con metas preestablecidas y siguiendo reglas precisas. El Yoga es un trabajo hacia el interior, volcado sobre sí mismo, donde nadie se compara con nadie, pues se entiende que cada uno tiene su propio proceso, y que estando a la escucha de sí mismo, si bien existen algunas reglas a seguir, se trata tan solo de meras guiaturas, como la de actuar desde la no violencia y el amor compasivo, hacía sí mismo y hacia los demás.

Y para los que piensan que el Yoga es un tipo de gimnasia, incluso de gimnasia dulce, es menester recordarles que la gimnasia es un quehacer deportivo, definido como “Actividad destinada a desarrollar, fortalecer y mantener en buen estado físico el cuerpo por medio de una serie de ejercicios y movimientos reglados[3]. Es decir, cuyo acento, además de sobre lo competitivo y lo auto competitivo, está sobre el estado del cuerpo, lo físico, mientras que el Yoga apunta a lo interior, a lo espiritual, a la profundidad de la esencia del ser, de modo que las posturas y secuencias físicas y sus beneficios corporales, orgánicos y sistémicos, no son objetivo, sino pasos en el camino del bienestar espiritual, de la paz interior y de la serenidad.

Ahora bien, las posturas o posiciones de Yoga, practicadas de manera más o menos estática, como en el Hatha Yoga y el Yin Yoga, o en secuencias más o menos dinámicas y fluidas, como en el Vinyasa Yoga o el Ashtanga Yoga, o combinando ambas modalidades como en el Yoga de Samara o el Lahore Nadi Yoga, implican una labor de autoconocimiento mediando la autoobservación, la concentración sobre nuestras sensaciones físicas, la atención sobre las emociones que se manifiestan, el descubrimiento y sobre todo la aceptación de nuestras propias limitaciones, todo dentro de la consciencia de la técnica de respiración o Pranayama que hayamos adoptado.

Y esto va desde el inicio de la práctica, por ejemplo, en una postura sentada, hasta el final por ejemplo en una postura acostada boca arriba. Y menciono estas dos en particular, para tener clara la definición de Yoga que nos trae Patanjali, según la cual, el Yoga es un estado en el cual las fluctuaciones mentales, vale decir los pensamientos y su continuo vaivén, y las emociones, se calman, generándose una conexión con aquello que nos trasciende y nos ofrece paz. La postura sentada por excelencia se llama Padmâsana, o posición de loto, alcanzable por personas flexibles, con las piernas cruzadas y cada pie encima del muslo opuesto, o la posición de medio loto, con solo un pie sobre el muslo opuesto, o simplemente con las piernas cruzadas u otra, en donde se obtenga y se sienta la estabilidad en la postura, sobre los isquiones y la espalda derecha; y la postura de relajación final que se denomina Savâsana, en total abandono del cuerpo al suelo, son las más exigentes en cuanto a lograr ese estado de calma interior.

Y es esta palabra Âsana, que comúnmente se traduce como postura o posición, por ejemplo, Tadâsana o postura de la montaña, y Adho Mukha Svanâsana o postura del perro mirando hacia abajo, la que ahora nos interesa comentar, recordando, ante todo, históricamente ese vocablo en sánscrito quería tan solo decir “asiento”, haciendo alusión a la única postura de Yoga que había, que es esa que luego se llamó Padmâsana, la posición ideal usada por los maestros yoguis para la meditación.

Y a pesar de que luego se fueron ampliando progresivamente las posturas posibles de Yoga, llegando a la variedad que hoy en día se conoce, donde existen diversas técnicas o disciplinas o estilos o escuelas de Yoga que practican un número determinado de posturas, sean 12 (Sivananda Yoga), 26 (Brikam Yoga), 32 (Gheranda Samhita), y así hasta miles, es lo cierto de que todo parte de la idea de “asiento”.

Así, en sus Yoga Sutras, Patanjali nos habla de “sthira sukham asanam”, en donde lo que se requiere de una cualquiera postura de Yoga o âsana, es que genere la sensación de estabilidad o firmeza (Sthira); y haga experimentar una sensación libre, de contentamiento y comodidad (Sukha). No hay lugar en el Yoga para el sufrimiento.

Entonces las más elementales recomendaciones que debemos tener presentes al momento de practicar âsana en nuestra esterilla o donde nos provoque, es que debemos entrar en ellas y deshacerlas lentamente, y mantenerlas conscientes de la respiración, y total atención a todo lo que pueda ocurrir, desde la autoobservación.

Se trata de una suerte de meditación en movimiento, pausado o dinámico, en la que el objeto de concentración, con la ayuda de la respiración, es todo cuanto pueda suceder, en ese proceso de autoconocimiento y aceptación, sin perder de vista la estabilidad y la comodidad.

Es por esto por lo que decimos que âsana es actitud, pues ésta es muy pertinentemente definida[4] como: “Postura del cuerpo, especialmente cuando expresa un estado de ánimo” o “Disposición de ánimo manifestada de algún modo”.

En efecto, cuando entramos en âsana, todo un universo se abre a nosotros: nos topamos con los límites de nuestro equilibrio, estabilidad, fuerza, paciencia, resistencia, perseverancia, compromiso, … Un sinfín de sensaciones y de emociones se presentan, y como el ego nos hace siempre malas jugadas, empujándonos a la competición, aunque sea contra nosotros mismos y nuestros absurdos estándares de pretendida y superficial superación, entonces podemos dar cabida a la frustración, a la decepción, al estrés, a la pérdida de amor propio o autoestima, a la idea de que “yo no puedo” o “eso no es para mí”. Damos así cabida a la incomodidad y al malestar, cuando no a las lesiones incluso físicas.

En cambio, si desde el amor compasivo y la no autoagresión, la persona se concentra en permanecer en la estabilidad y la comodidad, con una sana intención de avance en sus objetivos realmente alcanzables, aún de manera milimétrica y a largo plazo, se observa sin juzgarse y aceptándose, para verdaderamente comenzar a conocerse, entonces, con una actitud que podamos calificar de positiva, proactiva, creativa y amorosa, con toda certeza empezará a notar con paciencia y perseverancia una mejora sustancial, por ejemplo, en sus capacidades de equilibrio y de flexibilidad. Equilibrio y flexibilidad que de inmediato se manifestarán también en sus comportamientos y análisis, en los planos laborales, profesionales, estudiantiles y en sus relaciones interpersonales y familiares.

A veces estamos hundidos en nuestras problemáticas vitales y lo que solemos buscar es una actividad que nos relaje, malentendiendo la relajación como evasión o ignorar o dejar de lado por un momento todo lo que preocupa. Y obviamente el Yoga no sirve para eso, pues, por el contrario, en âsana surge todo aquello que molesta en todos los planos, pues es la única forma en que podremos enfrentarlo y vencerlo, dejándolo atrás, desde el aquí y ahora. Recordemos que las tensiones, las ansiedades, el estrés, las emociones negativas, etc., y también la sedentaridad y malos hábitos, se anidan en nuestras articulaciones, músculos, órganos, sistemas, desequilibrándonos, rigidizándonos, afectando de esa forma tanto nuestro cuerpo como nuestra mente, llegando a entorpecer incluso nuestro sano juicio.

Pero si estamos listos para afrontar eso desde el verdadero ánimo de autoconocernos, aceptarnos dentro de nuestros límites temporales o definitivos, sin jamás perder el buen asiento y la comodidad, observando esos pequeños pero felices avances, conscientes de nuestra respiración, esa compañera de vida, entonces se propiciará un cambio actitudinal global, hacia el interior y hacia el mundo y el universo. Una verdadera apertura del ser.

Querido lector, te invito a observarte, a escucharte, a conocerte y a aceptarte sin juzgarte, desde tu asiento firme y cómodo, y así experimentar una actitud de respeto hacia ti mismo y hacia todo y todos.

Alberto Blanco-Uribe

2 Comentarios

  1. Keyvids Marina

    Gracias ? bien definida esa actitud de “superficial superación en cuento a los movimientos ” con la que desnaturalizamos el objeto de la práctica.

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    • alberto

      Muchas gracias querida discípula, has entendido la esencia del asunto. Namasté

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