Espíritu y Respiración
Una de esas palabras que hacen a diversas personas fruncir el ceño al escucharlas, es sin duda el vocablo “espíritu”.
A muchos encanta, sobre todo a personas creyentes o religiosas, que de inmediato lo asocian en sus respectivas filosofías de vida, y bajo los nombres que correspondan, a la idea de “alma”, es decir, a una parte del ser humano que, junto a las otras dos, el cuerpo físico y la mente, compondrian la integralidad del ser humano. Una parte que provendría de “Dios”, y que subsistiría después de la muerte, para trascender a la materia, con destinos o suertes diversas, según las religiones, expectivas y teorias.
A otros les genera desconfianza o incomodidad, pues estiman que algo así no puede existir. Se trata, en líneas generales, de personas escépticas, incrédulas o ateas, que estiman que todo lo divino, lo derivado de “Dios” (sin importar de cuál religión se trate), sencillamente no existe pues a su pensar “Dios” no existe, y por tanto el espíritu tampoco. O de personas agnósticas o no creyentes, que no niegan la existencia de esa entidad, ni afirman su existencia, en tanto ni una cosa ni la otra puedan ser científicamente probadas.
En definitiva, ambos grupos de personas, bien sea por tratarse de creyentes o de no creyentes, terminan asumiendo una perspectiva paradójicamente común, que es la de vincular la idea de “espíritu” como un accesorio de lo divino o de “Dios”. De tal forma, sea por creer o no creer en “Dios”, consecuencialmente creen o no en el “espíritu”.
Empero, existe un tercer grupo de personas que estiman la existencia de la dimensión espiritual o sencillamente del “espíritu” o de los “espíritus”, sin que ello tenga absolutamente nada que ver con “Dios”. Es decir, para quienes el espíritu existe con independencia de que haya o no una entidad o entidades catalogables por algunos de “Dios” o de “Dioses”, asunto este último que les resulta irrelevante para la conceptualización o el entendimiento de lo que es el “espíritu”.
Todo cuanto acabamos de exponer se puede fácilmente ilustrar con el siguiente ejemplo: estamos en una clase de Yoga, y el profesor nos explica que Yoga significa unión, y que esa unión alude a la indispensable vinculación directa que ha de haber entre el cuerpo físico, la mente y el “espíritu”, de lo cual dependeria nuestra salud y bienestar.
De inmediato es común que surjan diversas reacciones internas entre los alumnos. Algunos, tanto los practicantes del Bhakti Yoga o Yoga de la Devoción, como los que son conscientes de las vibraciones energéticas que nos relacionan con la tierra y el universo (incluso desde la física cuántica), entre mantras y mudras se sentirán agradecidos. Otros, los creyentes de las religiones monoteistas, reaccionarán de modos distintos, pues mientras unos podrían percibir cierta incomodidad, otros por el contrario aprovecharían su práctica para profundizar su fé. Y, entre otras posibles reacciones, por supuesto habrán las de quienes experimenten un total rechazo al tema espiritual, por asumir su práctica personal como algo estrictamente de orden físico corporal y/o desestresante, estando paticular y exclusivamente interesados en las posturas o âsana y sus secuencias o encadenamientos.
En todo caso, lo que ha de quedar claro es que el Yoga no es una religión ni tiene que ver con cuestiones religiosas, por lo que su vivencia está abierta a todas las personas sin discriminación alguna, de manera que cada una, desde sus respectivos procesos internos e individuales, y cualesquiera sea su filosofia de vida, aproveche los beneficios físicos, mentales y “espirituales” que su práctica regular está llamada a proporcionarles.
Ahora bien, si decimos que el Yoga y la religión no son los mismo ni uno es herramienta del otro, pero afirmamos que su práctica aporta beneficios “espirituales”, no nos estamos acaso contradiciendo? La respuesta es no, por cuanto lo espiritual no es necesariamente algo ligado indisolublemente a lo religioso.
Desde esta perspectiva, en lugar de estimar que sabemos lo que es “espíritu”, con lo cual podríamos hacernos conducir incluso sin quererlo, a un prejuicio, o a una conclusión distorsionada de la realidad, conviene investigar lo que significa y cual seria el origen de la palabra “espíritu”, y ello por cuanto el beneficio espiritual que el Yoga ofrece proviene del verdadero entendimiento de lo que es el “espíritu”. Veamos.
Acorde con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española[1], el vocablo “espíritu” cuenta con diversas acepciones, de las cuales interesa, desde nuestra perspectiva, destacar las siguientes: 1. “Ser inmaterial y dotado de razón”, 2. “Alma racional”, 3. “Principio generador, carácter íntimo, esencia o sustancia de algo”, 4. “Vigor natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para obrar”, 5. “Animo…”.
Como puede apreciarse de estas y otras acepciones, al parecer se pretende satisfacer todas las opiniones que al respecto existen. Empero, algunas ideas notables podemos extraer: el “espíritu” es algo inmaterial o intangible, que se acerca a lo mental, por aquello de razón, racionalidad, es decir, lo intelectual, el mundo de los pensamientos, pero lo trasciende, pues lo mental, la psique o incluso el alma, es algo igualmente inmaterial pero individual, mientras que el espíritu es universal.
Esa universalidad nos propone a su vez la idea de infinitud, de no tener inicio ni fin o de dimensión atemporal. Se asiste así a una perspectiva que nos conduce a la esencia o sustancia mínima de algo o de todo, que no es otra cosa que los ámbitos atómico y subatómico. Aludimos entonces a las constantes y perennes vibraciones energéticas y, en definitiva, a la energía, elemento esencial o sustancial que, como sabemos, gracias a la ciencia y a la física en particular, no se crea ni se destruye, pero esta en constante transformación, según precisamente la conocida ley de conservación de la energía, y los enriquecedores aportes de la física cuántica.
Todo es de esa forma energía, que se manifiesta de maneras diversas en constante vibración, habiéndose manifestado al comienzo (¿del tiempo?) en el “acto creador” denominado “big bang”. De hecho, se sostiene que la primera vibración energética tras ese hecho fue sonora y coincidente con la silaba mántrica “Om” (aum), que esta al origen de las expresiones judeocristianas “amén” y musulmana “amín”.
Pero, además, esa energía universal va mas lejos y se sitúa al origen de la vida física, como soplo o aliento que anima al cuerpo y a la mente.
De ese modo, la vida individual encaminada hacia la autonomía o la independencia del ser se inicia, como sabemos, con la primera inspiración, tras el nacimiento, y concluye con la ultima espiración, al expirar tras el fallecimiento.
Nos podremos preguntar, ¿qué tiene que ver el “espíritu” con la respiración?
Y la respuesta surgirá de una pequeña investigación al alcance de todos, por Internet, en donde nos tropezamos con que la palabra “espíritu” viene del latín “spiritus”, derivado del verbo “spirare”, que quiere decir soplar y origina las acciones de respirar, inspirar, espirar, expirar.
En consecuencia, el “espíritu” es el soplo o aliento vital que al inspirar nos invita a agradecer la vida y a actuar de manera justa y debida, según el Karma Yoga o yoga de la acción, para que existamos en la serenidad y la fraternidad, y al espirar nos permite recordar nuestra entidad esencial y universal de la que formamos parte, y a la cual, llegado el momento, nos fundiremos con la expiración.
Es el aire que pasa por los pulmones de todas las personas, y por todo su cuerpo dada la respiración intracelular, lo que nos permite percibir la unidad que nos caracteriza. De hecho, en griego, el “espíritu” es “pneuma”, vale decir, aliento, respiración.
Y esto que precede es lo que nos lleva a las filosofías orientales y particularmente al Yoga, donde encontramos la expresión “Prana”, que no es otra cosa que el conocido “Qi” de la medicina tradicional china y tibetana. Pues bien, el Prana es la energía universal, el “espíritu”, que viaja con el aire e ingresa a nuestro cuerpo gracias a la respiración, fluyendo a través de los Nadis o canales energéticos, y especialmente de los tres principales, Sushumna, canal central que une en línea recta el chakra raíz o Muladara Chakra, a la base de la columna vertebral, al chakra corona o Sahasrara Chakra, en lo alto de la cabeza; Ida, la energía femenina, que bordea la columna desde la izquierda; y, Pingala, la energía masculina, que lo hace desde la derecha; y de cuya alineación y fluidez depende la salud, el bienestar y hasta el “despertar espiritual” de la persona.
Recordemos que la primera estrofa de los Yoga Sutras de Patanjali precisa que: “El yoga es el cese de las fluctuaciones de la mente. Entonces el Vidente permanece en su propia naturaleza”. Y para lograr semejante cometido, que es la conexión espiritual, esta magnifica obra nos presenta el Pranayama, o ejercicios diversos de control de la respiración, que constituye el cuarto fundamento del yoga de los ocho pasos.
De allí, que no sea concebible una clase de Yoga sin que se aluda y motive constantemente la práctica de Pranayama, conjunto de infinidad de técnicas respiratorias dentro de las que destaca, entre otras, “Nadi Shodhana” o respiración alternada, que calma e induce a la concentración, mejora el funcionamiento del sistema respiratorio, disminuye el estrés y contribuye con la armonización de los dos hemisferios cerebrales, facilitando el flujo energético.
Y aprovechemos para destacar que en las palabras Prana y Shodhana se encuentra presente la partícula “an”, que en sánscrito se encuentra vinculada con la energía vital o “aliento de vida”, estando presente también en Atman (que no se debe literalmente traducir por Alma, sin precisar alcances y perspectivas), el verdadero yo de un individuo, y que gracias al Jñana Yoga o yoga del autoconocimiento que nos ofrece la meditación (Dhiana) y el Pranayama, nos permite descubrir que no hay diferencia entre ese ser solo en apariencia individual, y Brahman, donde también observamos dicha partícula, que no es otra cosa que el yo trascendente, la energía universal, el absoluto universal.
En este orden de ideas, además de los beneficios corporales evidentes en provecho de los sistemas óseo, muscular, inmunitario, digestivo, circulatorio, respiratorio, nervioso, etc., y de los beneficios mentales en los campos de lo racional y lo intelectual, control del pensamiento, concentración, equilibrio de las emociones, etc., se obtienen beneficios espirituales asociados a la paz interior y a la serenidad, a la meditación, al flujo uniforme de la energía vital a través de los Nadis, los Chakras, lo que nos permite entrar en contacto y estar presentes y conscientes de nuestra esencia.
Desde el aquí y el ahora percibimos el verdadero significado de nuestra conciencia, redescubriendo que “yo soy eso” (So Ham).
Muy bueno, en especial para aquellos «alérgicos» al término espìritu ?.
Es buena materia para meditar al respecto. Gracias