Soy yoga
Nuestra sociedad actual, no en balde denominada por muchos y desde hace décadas como sociedad de consumo, está basada en poseer cosas, es decir, en la realización a más no poder del verbo tener.
Y lo más objetable al respecto, a mi modo de ver, es que la sensación de felicidad se asocia completamente a ese tener. Incluso la publicidad comercial persigue engendrar en el inconsciente de las personas el surgimiento de pretendidas necesidades, que solamente podrían ser satisfechas adquiriendo cosas.
Muy explícitamente se explota, por ejemplo, la presencia física, la indumentaria, la moda, la cosmética, bajo determinados parámetros culturales o aculturales, incidiendo en la vanidad y el cultivo del ego, creándose un irreflexivo y falso puente entre la yoga y el sentimiento de felicidad, o de bienestar y calidad de vida.
Obviamente, por otra parte, de no contar la persona con los medios económicos indispensables para la compra, entonces se produce decepción, frustración y en los peores casos depresión, lo que incide en el sufrimiento, la enfermedad y la sensación de malestar. Y esto, precisamente, porque se hace creer que cuando se compra equis objeto, lo que se está en realidad comprando es la felicidad.
Y así llegamos al otro gran verbo en el que se funda nuestra alocada sociedad, que es hacer. Esto, en función de que para poder tener debes contar con dinero, y para ganarlo indispensablemente debes hacer. Y para nada puedes pensar en otra cosa pues, recordemos, sólo teniendo puedes ser feliz y, en consecuencia, sólo haciendo puedes tener.
Así, tienes que trabajar para ganar un sueldo u honorarios profesionales o ingresos comerciales, poco importa, salvo que estés estudiando y entonces preparándote para no otra cosa que trabajar. Hacer para hacer y entonces tener. Y lo tragicómico en este ciclo perverso, es que los consultorios de psiquiatras, psicólogos, sofrólogos, terapeutas de todo tipo, se encuentran llenos de gente frustrada e infeliz, y los consultorios médicos de gente enferma, porque incluso haciendo sin parar y teniendo y acumulando riquezas o simples bienes, no se sienten en verdad felices.
Y para reforzar este desquiciado comportamiento de la gente, la sociedad se las arregla para que sea mal visto e injustamente juzgado aquel que no está en ese círculo, por entenderse que no hace nada, por lo que es un vago o un “sirve para nada”. Entran aquí muchas veces escritores, pintores, escultores, pensadores, filósofos, inventores y otras personas que en el entendimiento de la gente no están trabajando, es decir, no están haciendo, y ello, aunque sean felices. Personas que ejercen su derecho al ocio, ese ocio bien entendido que, desde la creatividad y la inspiración, tan hermosos y útiles beneficios han generado a la humanidad.
Tener y hacer son los verbos sobre los cuales se edifica la sociedad actual.
Sin embargo, en lo fundamental nuestro verbo esencial es ser. Por ello nos definimos como seres humanos, y no como tenedores o poseedores humanos o hacedores humanos. Pero, cuando alguien pregunta a otro quién eres, las respuestas comienzan por decir un nombre, seguido de una ocupación, un hacer, de lo que subyace un tener. Ese otro responde entonces soy Juan Carlos González, estudiante u oficinista, ingeniero, plomero, enfermero, profesor, psicoterapeuta… Se trata de ofrecer un CV resumido o completo, en donde solo se da un nombre y se pormenoriza lo hecho y lo que se hace o se puede hacer.
Y cuando se va un poco más lejos y se expresan las motivaciones en función de características personales, como el estar en condiciones de trabajar bajo presión, ser proactivo o propositivo, optimista y creativo, practicar deportes, hablar idiomas, etc., todo ello gira sobre las actitudes, las capacidades y los intereses, dejando de lado, por impertinente (¿?), todo lo relativo a los elementos susceptibles de identificarnos en lo profundo del ser. No nos interesa quien sea la persona, sino lo que pueda hacer.
En realidad, cuando en esta sociedad se plantea una inquietud acerca del ser, es común que padres y maestros, e incluso amigos y colegas, aconsejen hacer, pues “si quieres llegar a ser alguien en la vida, debes hacer y tener”.
Pero ¿cómo que llegar a ser alguien? ¿Acaso no soy alguien con sólo existir? ¿Acaso para poder hacer y tener no debo primero ser? Dice la ley del orden en la vida que la secuencia es ser, hacer y tener. Eso es lo lógico. Pero para la sociedad es hacer, tener y luego ser y, peor aún, la importancia del ser depende de lo que se haga y tenga. Pero cuidado, ese pretendido ser al final, no es el ser real.
En definitiva, lo que es valorado es lo material, lo perecedero, lo efímero, en detrimento de la entidad de la persona, lo espiritual o esencial, lo trascendente, lo eterno.
Un poco preguntarse filosóficamente de dónde venimos, cuáles son nuestros orígenes, por qué o para qué estamos aquí y hacia dónde vamos. Cuestionarnos acerca de lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos, que es igual en castellano a buscar saber cómo estuvimos, estamos o estaremos, pues los verbos ser y estar son sólo uno en otras lenguas como el inglés (to be) y el francés (être).
En el yoga de la energía, cuando analizamos la estructura de los chakras, nuestros principales centros energéticos a lo largo de la columna vertebral, vemos que el primero de ellos, Muladhara Chakra, en la base de la columna, es el chakra raíz, cuyo funcionamiento normal nos lleva a conocer e identificarnos a nuestro origen ancestral, sistémico y kármico, lo que nos permite observar el ser desde la consciencia. Seguido viene Swadhistana Chakra, en el bajo vientre, donde yace la fuerza vital, el ánimo de vida y la creatividad. Luego Manipura Chakra, en el plexo solar, de donde derivado del control de los anteriores viene la afirmación del ser y la fuerza de voluntad para hacer desde la identificación interior del ser. Después Anahata Chakra, en el plexo cardíaco, facilita la aceptación de sí y del otro y estimula el amor compasivo e incondicional. Vishuda Chakra, en la garganta, promueve la expresión y la comunicación desde el ser. Ajna Chakra, a la altura del tercer ojo, desde la intuición y el discernimiento nos conduce al autoconocimiento, el conocimiento del ser. Y Sahasrara Chakra, en la parte superior de la cabeza, impulsa el conocimiento de la esencia espiritual, la sabiduría universal, el destino final espiritual.
Como puede apreciarse, el yoga gira en torno al ser y no al hacer y menos al tener.
En consecuencia, el yoga no puede hacerse. Sólo podemos aspirar a serlo. A ser yoga. Un yogui o una yoguini no es un hombre o una mujer que hacen o practican yoga, sino un hombre o una mujer que son yoga.
Es común oir a las personas decir que hacen yoga o que practican yoga, o sugerir a otras que deberían hacer o practicar yoga, y es algo que predican de buena fé, partiendo del sentir propio de los beneficios que ello les reporta particularmente en el cuerpo y la mente, en la salud y la sensación de bienestar, de calma, de serenidad, de concentración, de equilibrio incluso emocional, etc.
Sin embargo, tales personas no hablan en realidad de la verdadera entidad del yoga, sino solo a la realización de âsana, es decir, de posturas o secuencias de posturas, estáticas o dinámicas, que aisladamente consideradas, es decir, si las tomamos con independencia de otros aspectos del yoga, serían asimilables a la práctica deportiva o a la ejecución de actividades gimnásticas.
Y cuidado, no de todas las asana, pues al menos una de ellas, y muy importante por cierto, como lo es Savâsana, la postura del cadáver, con la que se suelen terminar todas las clases de yoga, en profunda relajación, acostados boca arriba, implica un total no hacer, pues se busca la inmovilidad del cuerpo y también de la mente.
Y valga lo mismo afirmar en cuanto concierne a la meditación, parte central del yoga, pues cuando a alguien le preguntan qué va a hacer y responde meditar, entra claramente en un exabrupto conceptual, pues meditar es la contraposición de hacer, es un total y absoluto no hacer, para sólo ser.
En este orden de ideas, ser yoga implica algo de hacer, como lo son la práctica de la mayor parte de las âsana y sus secuencias, pero tratándose de un hacer que sólo cobra sentido en la senda personal del conocimiento y del ejercicio efectivo del ser. Y por lo demás, si tomamos en cuenta los Yamas y Niyamas, esos códigos éticos de yoguis y yoguinis, vemos que giran alrededor de ser no violentos o pacíficos, ser sinceros, ser honestos, ser autocontrolados en nuestros deseos, ser puros, ser dichosos y agradecidos, ser atentos a su propio ser, ser reconocedores de lo que nos es superior. Y, por si fuera poco, en cuanto al tener, estos códigos solicitan ser desapegados y no posesivos en cuanto a lo material.
Parece todo resumirse en que ser yoga, y por tanto ser yogui o yoguini, es ser un ser bondadoso y fraternal, que se reconoce igual a los demás, en función de su integración al absoluto universal.
Es por ello por lo que el yoga se define como unión. Unión del cuerpo físico, de la mente y del alma o del espíritu, de la que depende en sí la felicidad, la iluminación y la libertad. Así, acorde con Patanjali, el yoga no es un hacer, no se hace pues. Nos dice que el yoga “no es una práctica sino un estado en el cual la actividad mental y emocional se ha calmado y se puede experimentar esa unión con lo supremo”.
Terminemos con una cita de Henry Miller: “Si la paz debe existir, es siendo que ella llegará, no teniendo”.
Queridos lectores quienes como yo deseamos ser yoguis o yoguinis, seamos pues yoga, practiquemos posturas claro está, pero sobre todo, seamos esencias de bien.
Gracias!
A ti