Oda al Escritor
París, 1594. Observo con admiración el campo, contemplo su belleza, su armonía, su interconexión perfecta con todo. Las plantas, árboles, animales, el sol y el cielo; es como si fuesen una sola pieza que encaja perfectamente en el mundo humano que me rodea. Es una Oda al Escritor y el poder de su palabra.
Pienso en el futuro y como estos valles podrían albergar historias de guerras. Contar hazañas de héroes, erigir monumentos, tan altos que lleguen al cielo e incluso llamar al valle, “los campos Elisios” en honor a sus muertos.
¡Vaya que imaginación la mía!
Corrijo de inmediato la divagación de mi mente y regreso al momento presente. Tomo un sorbo de café; y continúo disfrutando de la hermosura y majestuosidad del panorama.
Reflexiono, preguntándome:
¿Para qué escribo?
¿Para quién lo hago?
¿De dónde se origina todo lo que escribo?
¿Qué me inspira transmitir esta información llena de verdades?
Sopeso por un momento.
Escribo para mi mismo, de no hacerlo las voces y pensamientos en la cabeza no se aquietan. Sé que transmito verdades; pues al experimentar cada palabra, siento como el cuerpo expresa sus emociones.
Temor u amor he de sentir, como si cada palabra escrita fuese parte de mi aliento.
Pero también me inspiran las musas.
Como el recuerdo de aquella mujer de Italia. Con sus ojos azules y su cuerpo de venus, me pedía que le desnudara con las palabras.
Aquellos ojos azul profundo, brillaban en un orgasmo de luz indescriptible, sin siquiera haberle tocado físicamente en algún instante.
Incluso llegue a pensar como ella y me coloque en sus zapatos.
Me imaginé en su cuerpo, con la apariencia femenina, buscando reconocer el poder que habita en las palabras que aquel adonis galante le escribía y recitaba.
Anhelaba también disfrutar de la experiencia narcótica y excitante que fluía desde el interior de su cuerpo sin razón aparente alguna.
Tanto poder hay en las palabras de un escritor, como no admirar y apreciar el talento que Dios nos ha dado e inspirado. Como no reconocer que se es un servidor de la vida, pues con una palabra hasta los muertos reviven y lo flácido se endurece.
Un escritor es capaz de llevar al cielo a aquel lector que nutre su mente con cada frase que lee; o le puede llevar al infierno y hacerle padecer y sufrir todos los tormentos que él desee.
Las palabras son tan poderosas que penetran en la mente. Con todo el consentimiento y permiso del otro, y a su vez, pueden sanar o destruirte, todo está en lo que el lector cree.
Un párrafo consiste en hermosas líneas armónicas, formadas por frases completas que dan sentido a una oración.
La oración expresa la belleza de la inspiración. Se ha transformado en símbolos. Carácter por carácter se forma una frase; que puede destellar amor o temor, odio u alegría, ira, paz, o dolor, sensaciones y sentimientos transmitidas, desde un emisor a un receptor.
Un escritor tiene el poder absoluto de transformar el mundo, expresar la labor de creación de Dios, si así lo desea. Transfigura rostros amargos y dolidos, por rostros alegres y dichosos; que no logran describir lo que sienten internamente, pero lo expresan todo con sus gestos y sonrisas.
Por lo tanto, la labor del escritor va más allá de lo que el mismo cree y supone. Se es capaz de alegrar los corazones y dejar sonrisas en el alma; así como, hacer salir los demonios y temores que se ocultan en la mente de quien recibe la información.
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